viernes, 18 de enero de 2013

Efeméride: en un día como hoy Bismarck proclamó el Imperio Alemán


A principios del siglo XIX Prusia era un reino más de Europa. Ni pequeño ni grande, pero dispuesto siempre a defenderse y con una sólida tradición militar. Aunque eso de nada le sirvió contra Napoleón Bonaparte, que lo devastó cuanto quiso.

Cuando llegó la paz a Europa, después del período napoleónico, Prusia siguió siendo un reino que se movía poco en su posición de media potencia. Pertenecía a la Confederación Germánica, una agrupación de treinta y nueve estados alemanes -así de desmembrada estaba Alemania- donde Austria, la heredera del Sacro Imperio, tenía más influencia que todos.

En 1862 el rey Guillermo I de Prusia hizo primero ministro del reino a Otto von Bismarck. La decisión se debió más a presiones que a los deseos del rey. Bismarck no le agradaba mucho, pero sin quererlo le dio poder al hombre indicado.

Pocos años después Bismarck buscó una igualdad entre Prusia y Austria en la Confederación Germánica, pero el emperador austriaco, Francisco José I, se negó rotundamente. Ceder influencia en esa época era algo que un monarca no podía permitirse. Además, se creía que Prusia militarmente no podía exigirle nada a Austria. Ésta era un poderoso Imperio, superpoblado para el siglo XIX, con 50 millones de habitantes, y Prusia era sólo un reino más. Si se enfrentaban -pensabas todos los reyes europeos-, Austria podía obtener una contundente victoria.

Pero Bismarck no era un hombre al que se pudiera amedrentar, y aunque sabía que Prusia podía perder, buscó deliberadamente la guerra. También se cuidó de entablar una alianza con Italia y de mantener neutral a Francia. A Napoleón III le ofreció ayudarlo para anexar Bélgica a su impero si se quedaba quieto.

En el terreno militar Bismarck no podía hacer nada, él no lo era. Pero el reino de Prusia tenía al más capaz estratega de Europa en el general Helmuth von Moltke. Moltke derrotó en unas cuantas semanas al Imperio Austriaco. Nadie lo podía creer pero era cierto. De la noche a la mañana Prusia se transformó en una potencia, y con deseos de medirse con Francia.

Napoleón III se halló de pronto en un terrible problema. Su neutralidad destruyó a Austria, el único país que podía contener a Prusia, y ahora no tenía a nadie en quien refugiarse: la siguiente víctima de Bismarck era él.

En 1870, apenas cuatro años después de la guerra contra Austria, Bismarck también halló un pretexto para hacerse el ofendido con Napoleón III, con motivo de la búsqueda de un rey para España, en lo que todos pretendían intervenir.

La derrota de Francia también fue rápida y devastadora. El ejército prusiano era muy superior al francés y no había un solo mariscal de Francia que igualara el genio de Von Moltke. Y mientras tanto Bismarck hacía lo suyo en la diplomacia. Usó la guerra para absorber a todos los pequeños reinos alemanes. Algunos aceptaron la unificación a regañadientes. Para los reyes de estos países eso significaba pasar a ser figuras meramente decorativas.

Y fue precisamente en la Francia ocupada por el ejército prusiano, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, donde el rey Guillermo I del reino de Prusia fue coronado como emperador de una Alemania unificada, el 18 de enero de 1871.


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