A principios del siglo XIX Prusia era un reino más de Europa.
Ni pequeño ni grande, pero dispuesto siempre a defenderse y con una sólida
tradición militar. Aunque eso de nada le sirvió contra Napoleón Bonaparte, que
lo devastó cuanto quiso.
Cuando llegó la paz a Europa, después del período napoleónico,
Prusia siguió siendo un reino que se movía poco en su posición de media
potencia. Pertenecía a la Confederación
Germánica , una agrupación de treinta y nueve estados alemanes -así
de desmembrada estaba Alemania- donde Austria, la heredera del Sacro Imperio,
tenía más influencia que todos.
En 1862 el rey Guillermo I de Prusia hizo primero
ministro del reino a Otto von Bismarck. La decisión se debió más a presiones
que a los deseos del rey. Bismarck no le agradaba mucho, pero sin quererlo le
dio poder al hombre indicado.
Pocos años después Bismarck buscó una igualdad entre
Prusia y Austria en la Confederación
Germánica , pero el emperador austriaco, Francisco José I, se
negó rotundamente. Ceder influencia en esa época era algo que un monarca no podía
permitirse. Además, se creía que Prusia militarmente no podía exigirle nada a
Austria. Ésta era un poderoso Imperio, superpoblado para el siglo XIX, con 50
millones de habitantes, y Prusia era sólo un reino más. Si se enfrentaban -pensabas
todos los reyes europeos-, Austria podía obtener una contundente victoria.
Pero Bismarck no era un hombre al que se pudiera
amedrentar, y aunque sabía que Prusia podía perder, buscó deliberadamente la
guerra. También se cuidó de entablar una alianza con Italia y de mantener
neutral a Francia. A Napoleón III le ofreció ayudarlo para anexar Bélgica a su
impero si se quedaba quieto.
En el terreno militar Bismarck no podía hacer nada, él
no lo era. Pero el reino de Prusia tenía al más capaz estratega de Europa en el
general Helmuth von Moltke. Moltke derrotó en unas cuantas semanas al Imperio
Austriaco. Nadie lo podía creer pero era cierto. De la noche a la mañana Prusia
se transformó en una potencia, y con deseos de medirse con Francia.
Napoleón III se halló de pronto en un terrible
problema. Su neutralidad destruyó a Austria, el único país que podía contener a
Prusia, y ahora no tenía a nadie en quien refugiarse: la siguiente víctima de
Bismarck era él.
En 1870, apenas cuatro años después de la guerra
contra Austria, Bismarck también halló un pretexto para hacerse el ofendido con
Napoleón III, con motivo de la búsqueda de un rey para España, en lo que todos
pretendían intervenir.
La derrota de Francia también fue rápida y devastadora. El ejército prusiano era muy superior al francés y no había un
solo mariscal de Francia que igualara el genio de Von Moltke. Y mientras tanto Bismarck hacía lo suyo en la diplomacia. Usó la guerra para absorber a todos los pequeños reinos alemanes. Algunos aceptaron la unificación a regañadientes. Para los reyes de estos países eso significaba pasar a ser figuras meramente decorativas.
Y fue precisamente en la Francia ocupada por el ejército
prusiano, en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, donde el rey
Guillermo I del reino de Prusia fue coronado como emperador de una Alemania
unificada, el 18 de enero de 1871.
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