viernes, 27 de diciembre de 2013

Arno Breker, el artista que superó el nazismo

Después de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, todos aquellos que de alguna forma u otra tuvieron una relación cercana a Hitler no la pasaron nada bien. Algunos se vieron en la penosa necesidad de suicidarse, otros fueron ejecutados y no faltaron los que pasaron años en prisión, en tanto que los más afortunados lograron fugarse y desaparecer para siempre, o al menos eso se cree, ya que no se hallaron sus restos.

El lado artístico del nazismo también se vio afectado: el arquitecto de cabecera del régimen, Albert Speer, pasó veinte años en prisión y por falta de pruebas que permanecieron ocultas durante el juicio no fue ahorcado. Speer proyectó un nuevo Berlín que habría de caracterizarse por una arquitectura monumental, dentro del estilo neoclásico, inspirada en las ruinas griegas y romanas.

Los edificios del proyecto de Speer habrían de estar adornados por unas monumentales esculturas, de una perfección estética admirable, aunque frías como hielo en el sentido artístico de la expresión. El autor de tan impresionantes obras era Arno Breker, un escultor alemán nacido en el año 1900. Breker poseía un talento admirable, tanto que se le puede comparar con Miguel Ángel, Rodin e incluso con su contemporáneo, el español Juan de Ávalos.

Fue Speer quien, ya siendo el arquitecto de cabecera de Hitler, evaluó la obra de Breker y decidió que podría interesarle al jerarca del régimen. Hitler, al ver los modelos en miniatura del escultor, quedó fascinado. Pronto Breker se convirtió en el escultor del nazismo, sus obras empezaron a levantarse por todo Berlín, siempre cuerpos perfectos, como se suponía que debía de ser el hombre ario, aunque repelentes a más no poder, tanto como los edificios de Speer.

Cuando París cayó ante el ejército alemán, Hitler se presentó no como conquistador, sino como un admirador de la arquitectura y el urbanismo de la capital francesa, de la que pretendía extraer ideas para aplicarlas en las ciudades alemanas. Para que la visita diera frutos, el dictador se hizo acompañar de su arquitecto y escultor de cabecera: Albert Speer y Arno Breker.

Existe de esa visita una fotografía muy famosa en la que aparece Hitler flanqueado por sus dos artistas y de fondo la Torre Eiffel. Según diría años después Breker, Hitler ordenó que todos los edificios que estaba construyendo su régimen fueran rediseñados, al estilo parisiense.

El peor momento para Breker vino con la derrota de Alemania. El 90% de sus esculturas en Berlín fueron bombardeadas, mientras que las pocas que sobrevivieron fueron retiradas, en un intento por desaparecer la herencia de uno de los regímenes más genocidas de la historia.

Pero, a diferencia de Speer que no había sido muy talentoso como arquitecto y terminó en prisión, Breker no fue borrado como artista, su fama y su talento eran bien conocidos y eso le permitió seguir vivo como escultor. Extrañamente, su obra tenía cierto magnetismo hacia los dictadores. Fue solicitado por Stalin, Perón y Franco. Pero por diferentes circunstancias no pudo trabajar para ninguno de ellos. Aun así continuó siendo un artista famoso. Muchos años después de la caída del nazismo todavía se preciaba de realizar obras para gobiernos de diferentes partes del mundo. Aunque siempre se quejó de que el gobierno alemán tan solo le encargó dos esculturas en treinta años, una cifra risible en comparación con los encargos que recibió por parte de Hitler durante el apogeo del nazismo.

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