Después de la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, todos
aquellos que de alguna forma u otra tuvieron una relación cercana a Hitler no
la pasaron nada bien. Algunos se vieron en la penosa necesidad de suicidarse,
otros fueron ejecutados y no faltaron los que pasaron años en prisión, en tanto
que los más afortunados lograron fugarse y desaparecer para siempre, o al menos
eso se cree, ya que no se hallaron sus restos.
El lado artístico del nazismo también se vio afectado:
el arquitecto de cabecera del régimen, Albert Speer, pasó veinte años en prisión
y por falta de pruebas que permanecieron ocultas durante el juicio no fue
ahorcado. Speer proyectó un nuevo Berlín que habría de caracterizarse por una
arquitectura monumental, dentro del estilo neoclásico, inspirada en las ruinas
griegas y romanas.
Los edificios del proyecto de Speer habrían de estar
adornados por unas monumentales esculturas, de una perfección estética
admirable, aunque frías como hielo en el sentido artístico de la expresión. El autor
de tan impresionantes obras era Arno Breker, un escultor alemán nacido en el
año 1900. Breker poseía un talento admirable, tanto que se le puede comparar
con Miguel Ángel, Rodin e incluso con su contemporáneo, el español Juan de Ávalos.
Fue Speer quien, ya siendo el arquitecto de cabecera
de Hitler, evaluó la obra de Breker y decidió que podría interesarle al jerarca
del régimen. Hitler, al ver los modelos en miniatura del escultor, quedó
fascinado. Pronto Breker se convirtió en el escultor del nazismo, sus obras
empezaron a levantarse por todo Berlín, siempre cuerpos perfectos, como se
suponía que debía de ser el hombre ario, aunque repelentes a más no poder, tanto
como los edificios de Speer.
Cuando París cayó ante el ejército alemán, Hitler se
presentó no como conquistador, sino como un admirador de la arquitectura y el
urbanismo de la capital francesa, de la que pretendía extraer ideas para
aplicarlas en las ciudades alemanas. Para que la visita diera frutos, el
dictador se hizo acompañar de su arquitecto y escultor de cabecera: Albert
Speer y Arno Breker.
Existe de esa visita una fotografía muy famosa en la
que aparece Hitler flanqueado por sus dos artistas y de fondo la Torre Eiffel. Según diría
años después Breker, Hitler ordenó que todos los edificios que estaba
construyendo su régimen fueran rediseñados, al estilo parisiense.
El peor momento para Breker vino con la derrota de
Alemania. El 90% de sus esculturas en Berlín fueron bombardeadas, mientras que
las pocas que sobrevivieron fueron retiradas, en un intento por desaparecer la
herencia de uno de los regímenes más genocidas de la historia.
Pero, a diferencia de
Speer que no había sido muy talentoso como arquitecto y terminó en prisión,
Breker no fue borrado como artista, su fama y su talento eran bien conocidos y
eso le permitió seguir vivo como escultor. Extrañamente, su obra tenía cierto magnetismo
hacia los dictadores. Fue solicitado por Stalin, Perón y Franco. Pero por
diferentes circunstancias no pudo trabajar para ninguno de ellos. Aun así
continuó siendo un artista famoso. Muchos años después de la caída del nazismo
todavía se preciaba de realizar obras para gobiernos de diferentes partes del
mundo. Aunque siempre se quejó de que el gobierno alemán tan solo le encargó
dos esculturas en treinta años, una cifra risible en comparación con los
encargos que recibió por parte de Hitler durante el apogeo del nazismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario