martes, 10 de diciembre de 2013

Nelson Mandela, el amigo de todos

Los propios funerales de Nelson Mandela prueban la grandeza de su carrera como político, mártir y hombre. Ha reunido entorno a sus restos mortales a políticos de todas las ideologías, desde izquierdistas radicales, Raúl Castro, hasta moderados, Barack Obama, pasando por un sin fin de aristócratas, intelectuales, derechistas, deportistas, artistas y demás seres vivientes que tuvieron con qué pagarse el boleto para ir al funeral de la década.

Mandela supo ganarse un funeral así. Tener al presidente de los Estados Unidos como orador principal en tal acontecimiento es un logro que requiere méritos que otros grandes líderes parece que no alcanzaron. Mandela probó de todas las ideologías. Tuvo una larga vida para hacerlo. Fue tan comunista que incluso en la antigua URSS lo tomaron como símbolo, y tan pacifista que se ganó el amor de los estadounidenses, el país identificado como el más belicoso de estos tiempos.

Mandela estrechó la mano de Fidel Castro y George W. Bush y de otros tantos hombres tan distantes ideológicamente como esos dos y nadie dijo nada. Era Mandela. Tres décadas en prisión lo dotaron de inmunidad para no pagar precio alguno por tener amigos a ambos lados del telón. Pero también le dieron la sapiencia necesaria para no dejarse ganar por el rencor y ser incono de la paz. No fue dictador, pese a que pudo serlo, lo amaban tanto sus compatriotas que aún si después de su presidencia se hubiera eternizado en el poder, hoy le estarían brindando el mismo funeral. Pero no lo hizo. Era amigo de Fidel, pero no era como Fidel.

Los asistentes a su funeral prueban quién era el hombre. Hace poco, durante el funeral de Hugo Chávez, asistieron bastantes líderes de izquierda y uno que otro de derecha. Cuando murió la Dama de Hierro, la operación se verificó a la inversa. Mandela rompió esa tan poderosa hoy en día barrera ideológica. Un hecho impensable.

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