En sus tiempos de presidente de Francia, Nicolas Sarkozy
destacó por ser un tanto vanidoso y con afán de protagonismo. Se hizo de una
personalidad de líder mundial con su mirada fría, sus trajes impecables y sus
famosos tacones. Gustaba de ser recibido
por sus homólogos con gran pompa y de aparecer siempre en primera fila en las
fotografías.
Pero la democracia le fue adversa en el 2012 y tuvo que
ceder su cargo de presidente al socialista François Hollande. Desde entonces no
sólo dejó de ser el blanco de las portadas sino que hasta ha tenido problemas
legales. Su ego y su narcisismo fueron golpeados severamente.
El pasado sábado, con motivo de la marcha de 50 líderes
mundiales en protesta por los atentados terroristas en París, Sarkozy se dejó
ver colado entre los líderes, sus antes homólogos, pero ahora se le vio en un
principio muy atrás, a la espalda de Manuel Valls, y muy lejos de Benjamín
Netanyahu, a quien en sus tiempos tachó de mentiroso.
No obstante, su narcicismo y su hambre de protagonismo lo
hicieron colarse entre empujones como vil usuario de metro, hasta la fila de
las celebridades, hasta estar emparejado a su sucesor, François Hollande, quien
caminaba del brazo de la mujer más poderosa del mundo, Angela Merkel.
Sarkozy tal vez no quiere aceptar, aunque le consta, que
Francia es una República, no un imperio como en tiempos de Napoleón. Ahora el
protagonismo ya no le toca a él. La democracia lo ha dejado a un lado, por
mucho que a él le pese.
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