martes, 25 de febrero de 2014

Cuando el arte escultórico es abstracto

Casi a todas las personas les gustan las artes plásticas, sino coleccionarlas cuando menos admirarlas en los museos, los templos o las propias calles. Cuando las obras son figurativas, cualquiera es experto, basta tomar como base El David o la Venus de Milo, cuerpos perfectos con proporciones minuciosamente cuidadas, para darse una idea de belleza, de esa belleza humana que los escultores han trasladado a la piedra por milenios.

Los nazis fueron grandes admiradores del arte figurativo apegado al clasicismo. Podían fácilmente admirar su belleza, como cualquier iletrado o letrado idiota. Pero despotricaron contra el arte abstracto porque sencillamente no lo entendían. Sus mentes acotadas por un endurecido fanatismo no los dejaban ver arte en lo que no parecía arte griego o romano.

Pero los nazis no son los únicos que se hallan en problemas con el arte abstracto. Le puede ocurrir a cualquiera. Porque, sencillamente, admirar una obra perfectamente estilizada es sencillo, pero hallar la belleza e incluso recibir un mensaje o un guiño de una obra abstracta, que coquetea con la fealdad, el misterio, la broma y la farsa no es cosa fácil. Nada fácil.

Más todavía, el primer problema surge al pretender determinar si una piedra mal aporreada que se asemeja a una forma humana es arte. Para decir que sí hace falta no tener miedo al ridículo y a eventuales críticas. Porque el arte en esta fase es motivo de una enorme subjetividad por parte de los espectadores. Algunos pueden decir que sí, otros que no, otros que sí pero que no tanto, otros que vale mucho, otros que no vale nada, y etc y etc.

¿Cómo salir al paso en semejante dilema? Aparentemente es fácil, la pieza debe gustarnos, transmitirnos algo. Si eso ocurre, es arte, y no importa que para muchos más no lo sea. Las obras de arte, las buenas y las malas, siempre reciben casi por igual críticas buenas y malas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario