Recientemente se celebró en
Cuba la cumbre de los líderes de la
CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños),
otro aborto de la burocracia latinoamericana que no hará más que consumir
dinero a montones y dar un pretexto más a los presidentes para ir de vacaciones
y estrecharse la mano unos a otros. Pero la mayor jugarreta del esperpento pretende
desplazar a la OEA
y eso le vine en el nombre: Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños, traducción: fuera yanquis y canadienses.
La semana pasada se dejaron
caer por La Habana
los líderes de toda Latinoamérica, de izquierda y de derecha aunque los primeros son legión, para ver las
ruinas arqueológicas del período fidelino y principalmente para rendir homenaje
a los Castro. La reunión tuvo un carácter muy abominablemente simbólico. La condena
a Cuba y a su régimen dictatorial y matón que hace medio siglo hizo la OEA ha quedado finiquitada y sin efectos. Ese
amor por el castrismo disimilado por muchos líderes latinoamericanos y
manifestado abiertamente por otros ha dejado a un lado los titubeos y ha pasado
a ser una relación formal.
Pero esta vez desde el
norte vinieron los cuestionamientos. El gobierno de Obama no decidió repetir la
receta de otros tiempos, cuando se dejaba hacer a gusto a esos locos que
dominaban el sur del continente y se ahorraban las críticas que, a fin de
cuentas, sólo servían para incrementar más el odio a los Estados Unidos. A los
yanquis no les parece que de buenas a primeras se alabe y democratice desde
afuera a una dictadura que no permite libertades, que viola los derechos
humanos y que ha ahogado en su locura comunista los sueños de millones de seres
humanos.
Y la verdad es que tienen
mucha razón. Desde tiempos de Kennedy, Cuba fue condenada por la OEA por causa de la infinidad
de crímenes que los barbudos cometieron en cuanto se adueñaron de la isla. Las palabras
del Che: Fusilamientos, sí, hemos
fusilado y seguiremos fusilado, fueron un perfecto retrato de un régimen
criminal hecho por él y para él. Cuba no sólo se ganó a pulso la mala fama que
tiene como el paraíso de la ausencia de libertades y las injusticias, su
gobierno también perdió el derecho de tener cualquier trato diplomático y económico
con cualquier país con una sociedad verdaderamente libre.
Pero quienes hicieron los méritos
para que Cuba perdiera el respeto del mundo siguen allí, mandando, menos viejos
aunque también menos elegantes que una momia egipcia, y, por fin, victoriosos. Por
fin su infierno es una democracia, impera allí el Estado de Derecho, se
respetan los derechos humanos, hay garantías individuales, y todo eso que
caracteriza a un país libre. O por lo menos es lo que dieron a entender los presidentes
que, por su estupidez y amor no disimulado a los Castro, fueron a legitimizar
al régimen, porque Cuba, indudablemente, es la misma dictadura y con los mismos
dictadores de los 60s. La única diferencia es que su número de crímenes ha
aumentado considerablemente.
Tienen razón los yanquis al protestar. Lo que pasó en la
CELAC es grotesco, es como si un cura que condenó y
excomulgó a un pecador, después de ver que al pasar muchos años no se ha arrepentido, le dijera Ego te absolvo.
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