Actualmente Venezuela está viviendo días muy críticos.
La debacle económica, política, institucional y de seguridad que inició Chávez
hace tres lustros ya tiene hartos a los venezolanos. Las manifestaciones son
producto del sentir de una sociedad que ya se dio cuenta que el chavismo es
igual a pobreza extrema y en extremo proceso de crecimiento, a imagen y semejanza
del castrismo.
Maduro, un aprendiz de demagogo y populista que nunca
terminará el curso, heredó de Chávez un país en ruinas que éste sostenía con un
carisma bravucón. Chávez culpaba al capitalismo externo de todo lo malo que
ocurría en Venezuela y, por increíble que parezca, le daba resultados. Pero a
Maduro no le da tantos, aunque arenga contra el exterior incluso más que el
propio Chávez.
El problema de Maduro es que no quiere entender que
las manifestaciones son el producto de lo que los venezolanos ven en sus mesas,
en sus platos, en sus refrigeradores, en sus carteras, en sus calles y en su
nada prometedor futuro. Los venezolanos ven el fracaso y por eso se
manifiestan. Maduro culpa a unos tales fascistas que viven en Estados Unidos y
Colombia. El tipo nunca habla del fracaso, del suyo y el de su maestro y padre
por decreto.
Lo que ocurre realmente es que este régimen ya está exhausto.
Ya exprimió el populismo todo cuanto podía y ya no hay de dónde cosechar simpatías
si todo cuanto da al pueblo es inseguridad y hambre. Muchos quizás piensan que cómo
es posible que los cubanos ya hayan soportado 55 años y los venezolanos ya estén
hartos con sólo 15. Quizás se debe a que no todos los pueblos cambian la
libertad por la vida, o a que los dictadores cubanos son más eficientes para
esclavizar que los chavistas.
No obstante, quienes auguran como inminente la caída
del régimen son demasiado optimistas. Para empezar, un golpe de Estado sólo
puedes ser llevado a cabo por militares, y en tres lustros es de suponerse que
los chavistas han purgado bien la cúpula para que no haya quién pueda llegar a
ser un peligro. Además, no se olvide a los militares cubanos, que están allí, a
juicio de muchos, para mandar a los venezolanos y que serán quienes tengan el
mando si las cosas se ponen más críticas de lo que ya están.
Otro aspecto es la “ayuda” que Maduro puede recibir
del exterior para continuar el populismo. Venezuela tiene “amigos” en todo el
mundo que con tal de tener un socio con tanto petróleo a precios tan accesibles
son capaces de sostener al régimen chavista, dándole lo que su ineptitud le
impide producir. Si Cuba con su azúcar y sus brigadas de médicos ha subsistido
más de medio siglo, a Venezuela su petróleo la puede sostener unos años más.
Pensar que los propios chavistas están ya pensando en
deponer a Maduro y sustituirlo por alguien con carisma y que no diga tantas
idioteces juntas es poco probable. Maduro es un presidente que, aunque quizás
por medio de un fraude, llegó al puesto previas elecciones. Es, a ojos del
mundo, el producto de una democracia, por imperfecta que ésta sea, y Diosdado
Cabello o cualquiera que ocupe el puesto sería un presidente golpista, carecería
del reconocimiento diplomático de muchas naciones.
Así las cosas, probablemente en Venezuela no pase nada
fuera de más muertos, más represión y más manifestaciones muy justas. Pero quizás
el régimen continúe cómo está, con Maduro en la cúpula diciendo idioteces, y el
compañero Diosdado trasladando a los presos importantes a las cárceles en su
propio coche y conduciendo él mismo. Porque, a fin de cuentas, tirar a un régimen
tan bien consolidado y aceptado por el mundo, es muy difícil.
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