lunes, 19 de agosto de 2013

Casas famosas III: Casa de Luis Barragán

La casa del arquitecto mexicano Luis Barragán (Premio Pritzker 1980), ubicada en la colonia Tacubaya, en la Ciudad de México, es una de las viviendas más famosas de América y el mundo. Se trata de la obra maestra de su creador, que a la vez fue su habitante durante largos años.

Barragán no estudió arquitectura, su formación académica real fue la de ingeniero civil, pero el diseño de espacios, innovador tanto como extraordinario, fue lo suyo. Influenciado por la vivienda vernácula mexicana, las haciendas y los jardines arbitrarios de los pueblos, llegó a dominar con gran maestría la arquitectura del paisaje, los efectos del color y la iluminación unidos en un edificio, y, sobre todo, el detalle, aspectos hoy cruciales en el diseño que no obstante sus antecesores no habían explorado.

El logro de Luis Barragán fue hacer formal la decoración informal que los mexicanos habían desarrollado pos siglos. A pequeños detalles como bancos de madera, ollas de barro, charcos provocados por la lluvia, plantas que crecían arbitrariamente, el genial arquitecto les dio forma, los trasformó no en casualidades, necesidades o accidentes, sino en hermosos elementos decorativos.

Su casa, construida en 1948, por fuera parece un edificio cualquiera que no llama nada la atención, pero por dentro es la obra maestra de un genio, un templo para relajarse y meditar, un lugar donde el color y la luz armonizan como en pocos en el mundo.

El arquitecto cuidó el detalle, las perspectivas de cada rincón, de cada pasillo y de los más pequeños espacios.

El jardín, visto desde el interior de la casa, parece un denso bosque, hace al usuario olvidar que está en un pequeño espacio dentro de una de las metrópolis más bulliciosas del mundo.

Formado como ingeniero civil, en la rama ruda y fría de la arquitectura, Barragán se enfocó en la más cálida: fue un excelente decorador.

Tampoco requirió de modernas esculturas para adornar su casa ni otros de los muchos edificios que diseñó, Barragán hacía una escultura de cualquier objeto, la belleza no radicaba en éste, sino en el efecto que daba al espacio. Las ollas fueron sus esculturas predilectas.
No se arriesgó con atrevidas estructuras que rayaran en lo imposible, pero corrió un riesgo mayor: usó demasiado el color. Si no hubiera sido tan creativo, su casa en lugar de una obra maestría habría sido un edificio abominable.

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