La casa del arquitecto mexicano Luis Barragán (Premio Pritzker 1980), ubicada en la colonia
Tacubaya, en la Ciudad
de México, es una de las viviendas más famosas de América y el mundo. Se trata
de la obra maestra de su creador, que a la vez fue su habitante durante largos
años.
Barragán no estudió arquitectura, su formación académica
real fue la de ingeniero civil, pero el diseño de espacios, innovador tanto
como extraordinario, fue lo suyo. Influenciado por la vivienda vernácula
mexicana, las haciendas y los jardines arbitrarios de los pueblos, llegó a
dominar con gran maestría la arquitectura del paisaje, los efectos del color y
la iluminación unidos en un edificio, y, sobre todo, el detalle, aspectos hoy
cruciales en el diseño que no obstante sus antecesores no habían explorado.
El logro de Luis Barragán fue hacer formal la decoración
informal que los mexicanos habían desarrollado pos siglos. A pequeños detalles
como bancos de madera, ollas de barro, charcos provocados por la lluvia,
plantas que crecían arbitrariamente, el genial arquitecto les dio forma, los trasformó
no en casualidades, necesidades o accidentes, sino en hermosos elementos
decorativos.
Su casa, construida en 1948, por fuera parece un
edificio cualquiera que no llama nada la atención, pero por dentro es la obra
maestra de un genio, un templo para relajarse y meditar, un lugar donde el
color y la luz armonizan como en pocos en el mundo.
El arquitecto cuidó el detalle, las perspectivas de
cada rincón, de cada pasillo y de los más pequeños espacios.
El jardín, visto desde el interior de la casa, parece
un denso bosque, hace al usuario olvidar que está en un pequeño espacio dentro
de una de las metrópolis más bulliciosas del mundo.
Formado como ingeniero civil, en la rama ruda y fría
de la arquitectura, Barragán se enfocó en la más cálida: fue un excelente
decorador.
Tampoco requirió de modernas esculturas para adornar
su casa ni otros de los muchos edificios que diseñó, Barragán hacía una escultura de
cualquier objeto, la belleza no radicaba en éste, sino en el efecto que daba al
espacio. Las ollas fueron sus esculturas predilectas.
No se arriesgó con
atrevidas estructuras que rayaran en lo imposible, pero corrió un riesgo mayor:
usó demasiado el color. Si no hubiera sido tan creativo, su casa en lugar de
una obra maestría habría sido un edificio abominable.
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