El izquierdismo político es un término bastante viejo,
data de tiempos de la sanguinaria Revolución Francesa. Tiene muy diversas
ramificaciones precisamente como consecuencia de su antigüedad, pero básicamente
radica siempre en lo mismo: el control por parte del Estado de todo o de casi
todo. Instituciones públicas que regulen prácticamente la totalidad de las
relaciones humanas para que nadie se haga demasiado rico ni ostente más poder que los
funcionarios públicos.
El lado bueno, en teoría, de esta práctica es que el
Estado al ser dueño de los medios de producción también tendría la capacidad de
distribuir equitativamente la riqueza, para que a nadie le falte ni le sobre
nada.
La práctica del izquierdismo en su faceta más plena,
durante el siglo pasado se llamó comunismo. El resultado fueron países donde no
se repartió la riqueza, pero sí la miseria y la muerte muy equitativamente. El fracaso
fue ocultado y maquillado con represiones, asesinatos, torturas y
encarcelamientos, hasta que ya no fue posible quizás porque ya casi no había a
quien matar y los regimenes fueron cayendo.
Pero antes dejó una historia negra de dolor y
sufrimiento, de generaciones enteras que nacieron para vivir haciendo
exactamente lo que ordenaba el régimen sin albergar siquiera la esperanza de
alguna vez actuar totalmente de acuerdo con su libre albedrío.
El antecedente del comunismo no sirve actualmente para
promocionar nada. Los cien millones de muertos que dejó la URSS ahuyentan a los
votantes. Corea del Norte tampoco es un Estado digno de propaganda. Eso de ir a
prisión si no se le llora al dictador muerto como que no se le antoja a nadie.
En América tampoco hay muy buenos antecedentes. El más
celebre, el cubano, llama la atención solamente visto desde afuera, pero pocos
admiradores de Castro quieren ir a subsistir con la revolucionaria cartilla de
racionamiento.
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