Gracias a la crisis económica que tiene al mundo pies para
arriba, muchos se atreven a afirmar que el modelo económico del libre mercado
no funciona, que es mejor pasarse al socialismo, dárselo todo al Estado y repartir
cadenas y grilletes para suprimir la posibilidad de que un ser humano en pleno
ejercicio de su libertad y por méritos individuales alcance una mejor calidad
de vida.
No obstante, cualquiera comprende que el libre
comercio no es algo malo, al contrario, es una práctica que se ha desarrollado por bastantes
siglos y una de las pocas honestas que permite al hombre progresar. El problema
no está en libre comercio, sino en quien lo regula: el Estado.
Si una persona ve la necesidad que tienen otras de un
producto y se arriesga a fabricarlo y a venderlo, por ningún motivo constituye eso
un acto incorrecto, ni aun si le hace la competencia a otros comerciantes. El
primer acto cuestionable de esa práctica lo viene a hacer el Estado al
encarecer ese producto con el IVA para recaudar impuestos.
En un país de libertades, el comerciante incluso no
puede arriesgarse a vender su producto muy caro debido a que sus rivales lo
superarán en ventas y lo harán quebrar. En esos casos se presenta una libre
competencia en la que gana quien mejor hace el producto y más barato lo vende.
El hecho de que algunos comerciantes estén en
desventaja por sus capacidades económicas no siempre determina su quiebra. A fin
de cuentas, la mayoría de las empresas alguna vez empezaron siendo muy
pequeñas. Lo monopolios no siempre se hacen porque una empresa acapara todo el
mercado, es el Estado quien con sus leyes les cierra las puertas a la posible
competencia y de esa manera permite que existan los monopolios.
El libre comercio sencillamente no puede fracasar. Eso
es imposible. Siempre habrá una persona interesada en comprar un producto y
otra dispuesta a comerciarlo a precio accesible. Lo que ocurre a veces, cuando
hay crisis, no es que fracasa, sino que el Estado con sus impuestos, papeleos y
corruptelas lo bloquea. Un producto siempre llegará allá donde
muchos están interesados en adquirirlo a no ser que el Estado se le atraviese
en el camino.
Poniendo las cosas de una manera más sencilla: cuando
una persona vende y otra compra, y ambas están de acuerdo en los términos y condiciones,
ninguna de esas personas puede estar haciendo algo malo. Y si hay una acción
mala en ello, es la que realiza el Estado, porque obliga a que le den una parte
de esa transacción. Con eso la hace probablemente más lenta y la encarece, que
ya es, encima de cobrar, estorbar bastante.
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