viernes, 12 de julio de 2013

Corrientes arquitectónicas que cambiaron al siglo XX

Hasta principios del siglo XX la humanidad había repetido estilos arquitectónicos durante prácticamente dos milenios; el ornamento había sido -ya fuera con sobriedad o en exceso, como ocurrió en el período Barroco- el compañero inseparable de toda obra arquitectónica. Pero al concluir la Primera Guerra Mundial no había dinero en Europa para gastar en edificios llenos de ornato. Eso dio pie a que surgieran nuevos estilos que, en algunos casos, marcarían enormes fronteras con la arquitectura del pasado.

El siglo XIX ya finalizó con corrientes artísticas que denunciaban tanta adhesión al pasado. El escultor austriaco Arthur Strasser protestó de forma muy original, creando una estatua del general romano Marco Antonio, representado como un hombre cansado y pasado de peso, en un carro tirado por leones tan soñolientos y aburridos como él. El artista pretendió reflejar el fastidio que le provocaba la repetición de los mismos estilos, con apenas variantes, por tantos siglos.

El arquitecto austriaco Adolf Loos fue el primero en edificar una casa de cierta jerarquía libre totalmente de ornamentos, en 1910. La Casa Steiner, en Viena, llegaría a ser con el tiempo un icono de la arquitectura como el edificio que marcó el rompimiento con el pasado.

El alemán Ludwig Mies van der Rohe, junto con su compatriota Walter Gropius, fue el mayor exponente de la arquitectura de austeridad que Europa necesitaba tras la Gran Guerra. Es considerado el padre del minimalismo, y la obra que más lo representa es el Pabellón Alemán para Exposición de Barcelona, de 1929.

Quizás porque España, al no participar, no se empobreció con la guerra, su arquitecto más importante de la época, el catalán Antoni Gaudí, llegó a ser el más notable impulsor del ornamento del siglo XX. Su obra fue única en el mundo y todos los objetos de ornato que incluyó en ella fueron diseños totalmente de su intelecto con apenas influencia de otras corrientes.

El arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright tampoco tenía que apegarse a las austeras corrientes europeas. Era finalmente un artista en un país muy rico. Su arquitectura fue de hecho muy costosa, con una original integración a la naturaleza y volúmenes que desafiaron a los avances estructurales de la época.

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