El presidente de Bolivia, Evo Morales, vivió en Viena un procedimiento que la burocracia le
ocasiona a millones de seres humanos día a día: lo retuvieron trece horas, lo
hicieron perder su tiempo y seguramente pasar un rato muy aburrido. Claro que
nada de golpes, agresiones verbales u otro tipo de injusticias que las corporaciones policíacas
suelen propinar a quien se les atraviese en el camino con demasiada frecuencia. Lo que
Morales vivió fue algo delicado pero no de gravedad, y menos para un político, éstos
comúnmente se la viven pensando cómo perder el tiempo. A Evo le evitaron
pensar, debería de agradecer cuando menos eso.
No obstante, la versión de la víctima, ya secundada
por todos los líderes de izquierda del continente americano, es que fue
secuestrado por un gobierno europeo esbirro de los yanquis malos. Pero no quedó
allí la cosa, Latinoamérica entera fue ofendida, no sólo los bolivianos. Los imperialistas
pretendieron burlarse de toda una cultura, de bastantes millones de seres
humanos que luchan por quitarse de encima las garras genocidas del imperio
yanqui. Y, como diría Cristina Fernández de Kirchner en su carta al papa
Francisco, bla, bla, bla.
Evo, por ahora, está en la gloria mientras sus
amigos lo defienden y de paso se entretienen perdiendo el tiempo que deberían
invertir en salir de sus respectivas crisis económicas. Aunque, ¿cómo ocuparse
de los apremiantes problemas de un país cuando primero hay que defender a Evo? Evo
fue secuestrado, es una víctima; soportó trece horas de secuestro, es un
guerrero; lamentablemente, los yanquis no serán castigados por su crimen, así
que no queda más que hacerlo mártir y después, ya encaminados, también un héroe.
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