Gracias al arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc, desde la segunda mitad del siglo XIX empezó
a nacer una cultura de valoración hacia los edificios antiguos, que se consolidó
después de que el mundo vio la devastación de obras invaluables en el aspecto histórico-estético
durante las dos guerras mundiales.
Después se estableció una excesiva sobreprotección
hacia cualquier edificio ya no que reuniera cualidades estéticas sino
simplemente históricas. Los centros de las antiguas ciudades fueron de
alguna forma amurallados con códigos que impedían cualquier intervención que no
respetara las técnicas y los métodos constructivos de la época en que fueron
construidos los edificios. Los gobiernos incluso se atribuyeron el derecho de
expropiar cualquier obra de relevancia que consideraran que no podía estar en
custodia de particulares.
Pero con el tiempo empezó a nacer una corriente arquitectónica,
muy cuestionada aún, que proponía una integración del pasado con el presente: la unión
de obras vanguardistas con otras construidas hace siglos. Para que tal
corriente fuera aceptada por las sociedades, prácticamente se le aparejó la
norma no escrita de que esas modificaciones sólo cabían cuando el edificio
antiguo estaba semidestruido, porque al ser un acto anacrónico su reconstrucción
fiel al original, lo mejor era hacerlo siguiendo las normas estéticas
imperantes en la actualidad.
El resultado de esa aún no consolidada corriente son
obras arquitectónicas muy cuestionadas, aunque algunas veces estéticamente muy
aceptables, por más que no exista ninguna integración formal.
La obra de mayor relevancia que se puede considerar
como precursora de esta corriente es la pirámide que el arquitecto Ieoh Ming Pei diseñó para la entrada
del Museo del Louvre, en París. La distancia
en tiempo entre el edificio antiguo y la pirámide es de tres siglos.
El histórico Berlín, tras la Segunda Guerra Mundial, se
convirtió en una ciudad ideal para fusionar ruinas de edificios antiguos con la
arquitectura contemporánea. El emblemático Edificio del Reichstag, que tanto
les sirvió a los nazis para consolidarse en el poder, fue semidestruido por el
famoso incendio y luego por la guerra. Su cúpula desapareció, pero en su lugar
edificaron una contemporánea encima de un edificio de finales del siglo XIX.
La escultura también ha encontrado ciertas reticencias
cuando se trata de colocar obras contemporáneas en edificios con cierto valor histórico.
La Sagrada Familia
se está edificando desde finales del siglo XIX, por ello la obra escultórica de
Josep Maria Subirachs,
brillante pero vanguardista, que decora la Fachada de la Pasión , ha tenido férreos opositores.
El Museo
Real de Ontario es un atrevido pero notable logro arquitectónico.
Se trata de una forma angulosa y llena de pureza contemporánea que literalmente
está tragándose a un edificio neogótico.
Esta vivienda se halla
en Lymm, Reino Unido. Su relevancia estética radica en que la forma contemporánea,
sin demasiado mérito, está incrustada con un viejo torreón. La integración
naturalmente no existe, pero ambas formas constituyen ya un solo edificio estéticamente
aceptable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario