jueves, 11 de julio de 2013

Integración arquitectónica: el ayer y el hoy hechos uno mismo

Gracias al arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc, desde la segunda mitad del siglo XIX empezó a nacer una cultura de valoración hacia los edificios antiguos, que se consolidó después de que el mundo vio la devastación de obras invaluables en el aspecto histórico-estético durante las dos guerras mundiales.

Después se estableció una excesiva sobreprotección hacia cualquier edificio ya no que reuniera cualidades estéticas sino simplemente históricas. Los centros de las antiguas ciudades fueron de alguna forma amurallados con códigos que impedían cualquier intervención que no respetara las técnicas y los métodos constructivos de la época en que fueron construidos los edificios. Los gobiernos incluso se atribuyeron el derecho de expropiar cualquier obra de relevancia que consideraran que no podía estar en custodia de particulares.

Pero con el tiempo empezó a nacer una corriente arquitectónica, muy cuestionada aún, que proponía una integración del pasado con el presente: la unión de obras vanguardistas con otras construidas hace siglos. Para que tal corriente fuera aceptada por las sociedades, prácticamente se le aparejó la norma no escrita de que esas modificaciones sólo cabían cuando el edificio antiguo estaba semidestruido, porque al ser un acto anacrónico su reconstrucción fiel al original, lo mejor era hacerlo siguiendo las normas estéticas imperantes en la actualidad.

El resultado de esa aún no consolidada corriente son obras arquitectónicas muy cuestionadas, aunque algunas veces estéticamente muy aceptables, por más que no exista ninguna integración formal.

La obra de mayor relevancia que se puede considerar como precursora de esta corriente es la pirámide que el arquitecto Ieoh Ming Pei diseñó para la entrada del Museo del Louvre, en París. La distancia en tiempo entre el edificio antiguo y la pirámide es de tres siglos.

El histórico Berlín, tras la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en una ciudad ideal para fusionar ruinas de edificios antiguos con la arquitectura contemporánea. El emblemático Edificio del Reichstag, que tanto les sirvió a los nazis para consolidarse en el poder, fue semidestruido por el famoso incendio y luego por la guerra. Su cúpula desapareció, pero en su lugar edificaron una contemporánea encima de un edificio de finales del siglo XIX.

La escultura también ha encontrado ciertas reticencias cuando se trata de colocar obras contemporáneas en edificios con cierto valor histórico. La Sagrada Familia se está edificando desde finales del siglo XIX, por ello la obra escultórica de Josep Maria Subirachs, brillante pero vanguardista, que decora la Fachada de la Pasión, ha tenido férreos opositores.

El Museo Real de Ontario es un atrevido pero notable logro arquitectónico. Se trata de una forma angulosa y llena de pureza contemporánea que literalmente está tragándose a un edificio neogótico.

Esta vivienda se halla en Lymm, Reino Unido. Su relevancia estética radica en que la forma contemporánea, sin demasiado mérito, está incrustada con un viejo torreón. La integración naturalmente no existe, pero ambas formas constituyen ya un solo edificio estéticamente aceptable.

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