A raíz del incidente del avión despreciado en media
Europa que trasformó en héroe a Evo
Morales, los líderes izquierdistas latinoamericanos han multiplicado su
admiración hacia Edward Snowden, tanto
que ya se ocupan con demasiado interés
de ofrecerle asilo político para salvarlo del imperio yanqui.
Lo anterior invita a pensar dos cosas. La primera que
son unos filántropos que se interesan por el bienestar hasta de los
desconocidos, sin importar que sean yanquis. Pero eso se contradice con las más
recientes declaraciones de Nicolás
Maduro sobre Bashar al-Assad, al
criticar a Estados Unidos por apoyar a los rebeldes que lo quieren derrocar y
definirlo como el “presidente legitimo de Siria”. Tal vez Maduro no sabe que Al-Assad
es un dictador que heredó cual príncipe fuera la presidencia de su padre, otro
dictador que llegó al poder vía golpe de Estado y que lo conservó hasta su
muerte, después de tres décadas.
Así las cosas, a Maduro sólo lo salvaría su ignorancia,
porque de otra forma, no existe una explicación lógica respecto a su
inexistente preocupación por los cien mil muertos que ha dejado la guerra civil
en Siria, como consecuencia del amor al poder de un dictador que se siente
poseedor del mismo derecho divino que en otros siglos argumentaban los reyes. Pero
dado que es imposible que un pajarito, de esos parlanchines que tan famosos son
en Venezuela, no le haya dicho a Maduro que Al-Assad es un dictador, entonces, ¿cómo
es posible que no le importen esos cien mil infelices y sí Snowden?
Descartando la filantropía, la segunda teoría que
surge del amor de Nicolás, Daniel, Pepe, Evo y otros por Snowden tiene que ser
el odio compartido hacia los Estados Unidos. Las relaciones internaciones poca
importancia tienen, e igualmente un yanqui más un yanqui menos para los amigos
de dictadores que suelen cargarse a miles debe de ser una insignificancia. Lo importante
es fastidiar al imperio. Que eso, como ya señaló sabiamente Henrique Capriles, arruine la economía
venezolana poco interés despierta en Maduro, quien, al parecer, cambia sin
pensarlo una década de hambre para su pueblo por media hora de mal humor que le
pueda ocasionar a Barack Obama.
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