Quizás poco tienen en común George H.W. Bush,
Hugo Chávez y Nelson Mandela como líderes. Sin embargo las afinidades no
siempre tienen que estar ligadas al tinte ideológico, a veces se aprecian desde
otras perspectivas, como la enfermedad, que no respeta nunca a los presidentes,
por más que muchos a veces lo olvidan.
Hugo Chávez es un caudillo de izquierdas en toda la extensión de la frase, dueño de un
profundo nacionalismo indio-hispano-latino que lo tiene renuente a cualquier
dialogo con los anglosajones dueños del imperio del norte. Su patria es Latinoamérica,
su Dios es Bolívar y su héroe Fidel Castro. Y encerrado en ese círculo
impenetrable se piensa morir. En los últimos días se ha rumorado que para eso
faltan semanas y que esas semanas son pocas.
George H.W. Bush fue un presidente de realidades
más que de promesas. De allí sale el tronco ideológico de su partido. Los
republicanos no comulgan con el aborto, la homosexualidad, la infidelidad y
tampoco con el exceso de gastos en obras de caridad por parte del Estado. No les
gusta hacer promesas que no se pueden cumplir, pero a los yanquis también les
gustan las promesas, por utópicas que sean, y quizás por eso a Bush sólo le
dieron el puesto de presidente cuatro años cuando pudo ocuparlo ocho.
Nelson Mandela es el prototipo de líder africano que
el mundo quisiera que se repitiera mucho en todo su continente. Es racialmente
tolerante, abierto a dialogar, durante su gobierno no tuvo deseos de coronarse rey o emperador y no consideró el genocidio como una alternativa para
resolver problemas. Y esas virtudes allá, donde él vive, son una rareza en los
líderes.
Estos tres personajes, que quizás se hubieran apretado
el cuello en una mesa de dialogo, acaban de tener algo en común en los últimos
días: pasaron la Navidad
en un hospital, luchando por la vida. Porque eso, las ganas de vivir,
evidentemente sí las comparten.
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