Benedicto XVI acaba de tener un gesto de consideración
con su ex mayordomo al abrirle las puertas de su celda para que pase la fiesta
navideña en su casa con su familia. Todo parece un acto de elevada bondad. Pero
también parece una acción premeditada para promocionar ante el mundo la piedad del líder de la Iglesia Católica.
La liberación de Paolo Gabriele coincide con el
profundo sentimiento de bondad cristina que debe de regir todos, o casi todos,
los actos de un hombre que ocupa la silla de San Pedro, pero no faltará quien
suponga con motivos para hacerlo que la acción más que un acto de piedad lo
parece de diplomacia.
En una época en que la Iglesia pierde terreno es
necesaria mucha habilidad para mantener a los fieles a su lado, porque sin
fieles, la institución sencillamente no es nada. Por otro lado, la tempestad que Gabriele
desató con su traición ya no se puede remediar. Los dieciocho meses en prisión
que pasaría en nada sanan las heridas de las Iglesia.
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