Comúnmente cuando un presidente deja el cargo, se recluye en su mansión
o casona cuando menos para aparecer poco ante los medios de comunicación
durante algunos años. Rara vez se escucha que un presidente goce de las
preferencias electorales tras dejar el cargo, y mucho menos si lo perdió en una
elección.
Pero las cosas son muy diferentes con Nicolas Sarkozy, el expresidente
de Francia. Perdió la elección presidencial frente François Hollande por una
modestísima diferencia y apenas unos meses después ya empezó a figurar como el
posible candidato de su partido en las elecciones francesas del 2017.
Pero no por haber vuelto a ser popular para su pueblo el político galo
de raíces húngaras camina sobre lechos de rosas. La forma en cómo financió su
campaña para llegar a la presidencia en el 2007 le está causando serias
molestias. No es bueno para un presidente entregarle el poder a la oposición,
porque si no se llega a un buen acuerdo ésta empieza con el ajuste de cuentas.
Que los políticos reciban dinero para financiar sus campañas de
empresarios o de gobiernos es algo de lo que se habla mucho con fundados
argumentos. Y a Sarkosy le empezaron a recordar ese fenómeno incluso antes de
que dejara el poder. Cuando el dictador Muamar el Gadafi se aferraba a su
puesto inconciente de que podía perder la vida y Europa, de la mano de Sarkozy,
ya le había dado la espalda, su hijo, Saif al Islam, le exigió al presidente
galo que les devolviera el dinero que supuestamente habían “donado” a su
campaña.
Como una bravuconada de un dictador desahuciado quedó eso, pero en
cuanto Sarkozy perdió la elección empezó a correr el rumor de que lo podían
someter a un juicio por corrupción. Nada más dejar el cargo el rumor se hizo más
fuerte. Actualmente enfrenta serios problemas porque la justicia de su país le
exige que aclare que no recibió dinero de manera ilegal para su campaña.
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