El que llegaría a ser el decimosexto presidente de los
Estados Unidos nació en una cabaña de troncos, en Hodgenville, Kentucky, el 12
de febrero de 1809, en unos Estados Unidos de América jovencísimos.
El entorno en el que vino al mundo Abraham Lincoln era sobradamente pobre.
Su situación no le permitió acudir a escuela alguna. Difícilmente alguien en
esas condiciones podía soñar con triunfar en la vida, pero dentro de todas sus
desgracias tuvo la suerte de nacer en el que ya entonces era el país de las
oportunidades.
Aun sin ir nunca a la escuela, llegó a ser abogado. Se
hizo, no sin esfuerzo, un hombre muy culto. Pero jamás puso el menor empeño en vestirse
decentemente y de manera elegante. Su pésimo gusto para vestir lo acompañó toda
su vida.
La cultura que
fue adquiriendo lo llevó a interesarse por la política. Llegó a la presidencia en 1861, nominado por el
Partido Republicano, justo cuando empezaba la guerra civil, un conflicto que
desangró al país y a que a él no inmortalizó.
Su actuación en esos cruciales años para los Estados
Unidos es muy discutida. Dentro de la historia oficial fue un héroe y un líder
sobresaliente, aun cuando en una ocasión que fue a un campo de batalla un
oficial le dijo “¡Agáchese, idiota, que le van a pegar un tiro!”.
A su muerte, el 15 de abril de 1865, ya era
considerado el reunificador de su país y el libertador de los negros. No por
nada, Barack Obama pidió su Biblia
para jurar su primer período como presidente.
Pero no todos ven a Lincoln como uno de los mejores
presidentes de los Estados Unidos. Su lado racista no ha pasado desapercibido. Como
buen blanco de su época, tenía una visión nada igualitaria de los negros y de él.
Incluso fue partidario de trasladar a los negros fuera de los Estados Unidos,
es decir, de echarlos del país en que habían nacido.
También se le acusa de haber cerrado los periódicos que no
eran afines a sus propósitos, de emprender una guerra sin cuartel contra los
Estados Confederados cuando lo único que querían era su independencia, y de
llenar al país de instituciones inservibles que perduran hasta la actualidad devorando
impuestos.
Se dice que hay dos Lincoln, el que fue hecho a la
carta, como símbolo de la libertad y de la unión, y el verdadero, un pésimo
presidente hambriento de poder.
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