Aunque se supone que cualquier cardenal, incluso
cualquier varón católico, puede ser elegido como sucesor de Pedro, no todos los
que componen el Colegio Cardenalicio
tienen la posibilidad de alcanzar el titulo de Santo Padre.
Hasta el último cuarto del siglo pasado, para ser Papa
había que ser italiano. Y aunque esa “regla” no escrita ya quedó ignorada en
dos ocasiones, hay otras reglas que tampoco están escritas pero que tienen que ser
aplicadas por el bien de la institución.
Los últimos cardenales que han llegado a ser pontífices
tenían tras de sí una brillante carrera al servicio de la Iglesia, ya en calidad de
nuncios o de arzobispos de las más importantes ciudades del mundo, además de
una fama de teólogos eminentes.
Tanto Karol Wojtyła como Joseph Ratzinger ya eran famosos antes de su elección como personalidades
importantísimas dentro del catolicismo, dueños
de una cultura impresiónate, referentes obligatorios en el estudio de la teología
moderna y también estaban precedidos de un comportamiento moralmente impecable.
Y es de
suponerse que los cardenales se sentirán obligados a elegir a un Papa con
similar perfil al de los anteriores.
Eso deja
fuera a muchos cardenales prácticamente desconocidos, que se han involucrado en
la política de sus países pobrísimos, o que simplemente no han sabido ser
buenos diplomáticos, como el mexicano Juan
Sandoval Iñiguez, quien en su lucha para que en su país no sea posible la
adopción de niños por parejas homosexuales soltó perlas como ésta: No sé si a algunos de ustedes les gustaría
que los adoptaran un par de lesbianas o un par de maricones.
Lo predecible
es que el próximo Papa será un teólogo de brillante trayectoria, alejado, en lo
posible, de los escándalos. Aunque de cualquier forma los detractores nunca
faltan. Si hay motivos o no, no tiene importancia.
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