martes, 12 de febrero de 2013

Un Cónclave con Papa, el acontecimiento del milenio


Debido a que en seis siglos no había renunciado un Papa, el que se avecina para principios de marzo será un Cónclave totalmente fuera de lo común, tanto para los cardenales como para el Papa. En esos días Benedicto XVI estará en El Vaticano, presenciado un proceso que en circunstancias “normales” habría ocurrido después de su funeral.

Ésta es precisamente una de esas épocas en que el mudo recuerda que los cardenales son príncipes de la Iglesia y el Estado Vaticano una monarquía electora, la única que queda.

Los purpurados ya se preparan para acudir a Roma, algunos con la seguridad de que volverán a sus países una vez que sea elegido el nuevo Papa y unos pocos con la esperanza, la añoranza y el deseo de quedarse en la Ciudad Eterna para toda la vida, ocupando el lugar de Pedro.

El hecho de que Benedicto XVI vaya a estar allí, tan cerca de los príncipes electores, y vivo, convierte al Cónclave en un acontecimiento totalmente inusual, pero sin duda para él, hermoso.

El Papa, en su calidad de líder vitalicio, como pasa con los reyes -que él también de alguna manera lo es-, no tiene derecho a esperar la jubilación. Ya vimos a Juan Pablo II en conmovedoras escenas esforzándose por cumplir su deber, aun cuando su salud ya no le permitía siquiera caminar.

Y no se puede olvidar que el Papa es también un hombre, y comúnmente un hombre envejecido, que también tiene derecho a desear el fin de sus responsabilidades para dedicarse a darle reposo a su cansado cuerpo.

El Cónclave que en otras circunstancias sería el epilogo de su funeral, para Benedicto XVI será un proceso liberador. Podrá olvidar los horarios, leer libros que no ha podido leer, mantener conversaciones prolongadas con sus seres queridos. Podrá, al fin, descasar, algo a lo que tiene derecho como cualquier ser humano que se ha pasado la vida trabajando duro.

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