La mañana de este viernes fue catastrófica y terrorífica
para los habitantes de Cheliabinsk, una
ciudad ubicada en los Montes Urales,
en Rusia. Una lluvia de meteoritos empezó a caer repentinamente dejando inmensos destrozos y provocando el pánico de personas que gritaban que había llegado el fin del mundo. La cifra de heridos que reportó el gobierno ruso en un
principio rondó los mil, pero poco a poco ha ido descendiendo para situarse en
400.
Vladímir Putin poco después de la tormenta ordenó a
las autoridades dar apoyo total a los afectados. Los daños materiales aún no se
cuantifican, pero por fortuna sólo tres de los heridos se encuentran graves.
El meteoro, de una sola pieza y de un peso estimado en
10 toneladas, ingresó a la atmósfera terrestre a una velocidad de 54 mil kilómetros
por hora. Poco después se desintegró en miles de fragmentos que fueron a
impactarse en Cheliabinsk.
El acontecimiento, aunque por ahora sin víctimas
mortales, es de una relevancia enorme. Le recuerda a la humanidad que cualquier
lugar de la Tierra
está propenso a ser impactados por meteoritos y que ni siquiera un país como Rusia,
con el segundo ejército más poderoso del mundo, es capaz de detectarlos a
tiempo para ordenar una evacuación.
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