En la época de cambios constantes -y de sorpresas- en
que vivimos, un Papa nacido en los Estados
Unidos puede llegar a ser un hecho en el próximo Cónclave. El cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York,
ha empezado a ser mencionado como un muy posible sucesor de Benecito XVI. Es, de entre los
cardenales, joven. Tiene apenas 63 años, además de que goza de una excelente
reputación.
Hace décadas hablar de un posible Papa yanqui era prácticamente
imposible. Estados Unidos, como el mejor hijo de Inglaterra que es, no tiene
una historia ligada al catolicismo. Incluso el peor defecto que los electores
le vieron en su tiempo a John F. Kennedy
no fue su juventud ni el hecho de ser hijo de un hombre vinculado a negocios
ilegales, sino que era católico.
En otros tiempos, el hecho de que los Iglesia Católica depositara su poder en
un hombre nacido en un país donde el poder político no lo ostentan los católicos
y las masas no se mueven alrededor del catolicismo, habría sido visto como una
maniobra errónea.
Pero ahora el perfil que se busca en un posible Papa ya
no es el mismo que se buscaba antes. Además, un estadounidense es un buen
inicio para empezar a sentar a americanos en la silla de Pedro. Si los cardenales
optaran por un latinoamericano, mexicano, colombiano, venezolano, etc., con la
corrupción tan característica de la zona, habría que temerle a la posible
aparición de secretos nada agradables ni edificantes para la Iglesia.
Es cierto que un Papa estadounidense quizás no sería
bien visto precisamente en Latinoamérica, el más fuerte bastión del Vaticano en
el mundo, con el antiamericanismo que reina en la región. No obstante, el
latinoamericano es muy propenso a dirigir su afecto a quien se lo sabe ganar. Y
un buen Papa, de la estatura de Juan
Pablo II y Benedicto XVI, sabría
resolver ese eventual problema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario