Es muy difícil imaginar qué llevó a los hermanos Tsarnaev a cometer el atentado
terrorista por el que pasarán a la historia, por el que uno de ellos ya murió y
por el que al otro le irá muy mal. Los tipos
habían logrado el sueño americano, eran dos afortunados emigrantes que tenían
ante sí la posibilidad de emular al mismísimo Arnold Schwarzenegger.
Por más que se hable de la maldad de los yanquis, del
imperialismo que quieren llevar a cada rincón de la tierra y de la decadencia de
su país, lo cierto es que millones de seres humanos en todo el mundo, de
diversas culturas y religiones, quieren llegar a Estados Unidos para ser
libres, para progresar, para experimentar por primera vez en su vida lo que es
la protección de las autoridades y para muchas cosas más. Todas buenas.
No todos desgraciadamente pueden conseguir ese sueño. Muchos
se quedan en la mitad del trayecto, en México, por ejemplo, en el desierto o en el
río Bravo. Otros llegan y no les va como esperaban. Porque el sueño americano
es lo que es debido a que no todos los que lo añoran lo consiguen.
Pero los hermanos Tsarnaev, chechenos de nacimiento, sí
lo consiguieron. Estudiaron en Estados Unidos, vivían bien, incluso subsidiados
por el gobierno. Podían contar que su suerte era muchísimo mejor que la de
millones y millones de emigrantes, sobre todo la de los que llegan del sur y se
quedan cerca de la frontera con México, para estar entre hispanos y no muy
lejos de su tierra.
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