Las elecciones del pasado 14 de abril en Venezuela
pasarán a la historia porque ya nunca se sabrá con absoluta certeza quién ganó.
Evidentemente hay quienes sí lo saben, pero si más adelante hablan será muy difícil
creerles.
Henrique Capriles
dice que hubo fraude. Y hay motivos para creer que no miente. Las instituciones
venezolanas llevan catorce años marchando al ritmo del jefe de Estado, antes Chávez
y ahora Maduro. Es cuando menos sensato, si un gobierno controla absolutamente
todas las instituciones de un país -por más autónomas que puedan parecer-, pensar que el sistema electoral también puede ser manipulado.
Los defensores del triunfo de Nicolás Maduro argumentan que el sistema venezolano es bastante
eficiente y por tanto confiable, incluso más que el de los Estados Unidos. Añaden
que todo está perfectamente controlado y que cada voto se contabiliza en cuanto
el votante hace su elección.
Suponiendo que, en el mejor de los casos, lo anterior
sea cierto, no garantiza nada. Si se le da a una persona una calculadora, la
mejor y más infalible del mundo, y se le pregunta cuál es el resultado al
multiplicar cinco por ocho, ésta persona puede decir que setenta y dos. Si
nadie más aparte del operador ve el resultado, podrá decir lo que se le venga
en gana. Si le piden que dé vuelta a la calculadora para que el resultado quede
a la vista y despeje dudas, quizás dirá que quien hace la petición es un
delincuente, un asesino de ojos puyúos
que se droga, y que lo mejor será meterle en una prisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario