Aunque es algo que podría no saberse nunca, es natural
suponer que el rey Juan Carlos, por
ser quién es, en cuanto imputaron a su yerno, Iñaki Urdangarin, se puso a hacer llamadas prometiendo favores,
cobrando otros y recordando su investidura, para hacer que su hija, la infanta
Cristina, no fuera mezclada en tan espinoso asunto.
Sólo así es posible explicarse cómo el juez tardó tanto
tiempo en llamarla al banquillo de los acusados. Pero la cosa finalmente se
truncó. La autoridad a fin de cuentas sucumbió a la presión de la opinión pública. Porque
cómo hubiera quedado la reputación de un juez que llama a declarar a todos los relacionados
con un negocio chueco menos a la hija de Su Majestad, el Rey.
Por la mañana la Casa del Rey no dio declaración alguna
argumentando el deseo de no meterse en asuntos judiciales. Pero por la tarde la
resolución cambió y mostraron extrañeza por el giro de tuerca que dio el caso
hacia la Borbón.
Extrañeza también ya había mostrado media España a ver
que sólo a ella no la llamaban a declarar.
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