Mucho se
viene hablando desde hace años de la decadencia
de los Estados Unidos como la gran potencia mundial, decadencia que en
parte se atribuye a la degradación moral de los yanquis, a su gusto por los
excesos y a su pérdida de valores, pero la verdad es que ese país y la sociedad
que lo compone aún funcionan muy bien, y la muestra está en lo ocurrido en los
días posteriores al atentado terrorista del maratón de Boston, llevado a cabo
por los chechenos hermanos Tsarnaev.
Por hacer
alguna comparativa, cuando en México ocurre una masacre que impactaría hasta a
monjes inquisidores, la policía muy probablemente no investiga, ¿para qué?, si lo
más sensato es pensar que se trató de una venganza de un cártel de la droga
hacia otro, cosa que se puede comprobar con los mensajes dejados junto a las víctimas.
Los habitantes del pueblo o ciudad donde se cometió la masacre tratan de
olvidarla al día siguiente para prepararse emocionalmente para la de la semana
próxima. Si la policía les pide ayuda es más probable que lo tomen como una
amenaza de muerte y no como una invitación a cumplir su deber de buenos ciudadanos.
En España
los atentados terroristas del 11 de marzo del 2004 provocaron un actuar de las
autoridades que aún no satisface ni mínimamente a la sociedad y mucho menos a
los familiares de las víctimas. A juicio de muchos, la policía en lugar de
hacer una investigación descompuso las escenas del terrorismo lo necesario para
que nadie fuera capaz de saber lo que pasó allí.
Pero volviendo
a Yanquilandia, no deja de ser sorprendente y admirable lo que pasó después de
los atentados. La sociedad, desde el propio presidente Barack Obama, reaccionó de forma por demás plausible. Quizás muchos
pensaron que las palabras de Obama diciendo que los culpables serían castigados
eran una bravuconada para obtener las primeras planas en todo el mundo, pero
no. La policía se puso a trabajar a marchas forzadas. Después de los atentados
de Nueva York, los yanquis se hicieron de una infraestructura para rastrear a
terroristas que redujo a la apariencia de forajido indigente al propio Osama
bin Laden.
Los resultados
de las investigaciones llegaron de forma extraordinariamente rápida y creíble. Nada
del recurso mexicano de presentar a infelices con visibles huellas de tortura
cuando la sociedad exige culpables por un crimen atroz. La persecución de los
hermanos chechenos también fue algo digno de admiración. La policía pidió ayuda
a la ciudadanía y ésta cooperó de forma inmediata, sin temor alguno y con plena
confianza en sus autoridades.
Las cosas,
después de la captura del segundo hermano, quedaron bien claras. Los yanquis
siguen siendo un pueblo unido, religioso y sensible, con una autoridad que
funciona y una sociedad que lo sabe. Y también son, para satisfacción suya y del mundo civilizado, el
terror de los terroristas.
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