El 18 de junio de 1815 Napoleón Bonaparte perdió la decisiva
batalla de Waterloo, contra el
ejército inglés, al mando del duque de
Wellington, y el prusiano, dirigido por el príncipe Gebhard Leberecht von Blücher. Terminaba así una época marcada por inestabilidad política, guerras continuas y un decremento alarmante de la
población en Europa. Y todo había sido ocasionado por un solo hombre: Napoleón.
Poco más de una década antes ese mismo hombre parecía
ser el único que podía darle estabilidad a Francia y a Europa. Su mano dura y la sistemática
dictadura que implantó en varios países le daban el poder para también
implantar la paz. Pero a Napoleón no le importaba la paz, él era feliz en la
guerra, y ésta le era indispensable para saciar su hambre de poder.
En el apogeo de sus glorias militares, los distintos
monarcas de Europa que no había defenestrado, como el emperador Francisco I de
Austria o el zar Alejandro I de Rusia, prefirieron, aun a costa de ser
humillados, entablar buenas relaciones con él.
Pero cuando empezó el declive napoleónico causado por
el agotamiento del mejor ejército francés que ha existido en la historia, los
antes humillados monarcas comprendieron que había llegado la oportunidad de
vengarse y decidieron jugarse el todo por el todo. Inglaterra, Rusia, Austria y
Prusia se le echaron encima a Napoleón, lo vencieron y lograron que abdicara. Sin
embargo, apenas se pudieron librar de él un año. Escapó de su prisión, la isla
de Elba, y regresó a Francia, haciendo huir sin pelear a Luis XVIII.
Napoleón sabía que su ejército estaba sumamente
agotado. Como el genio para la guerra que fue siempre, entendía claramente que
era imposible que lograra vencer a todos sus enemigos. Por eso inmediatamente
manifestó sus deseos de paz, los mismos que nadie le creyó. Entonces decidió
arriesgarlo todo en una pequeña oportunidad que lograba ver: derrotar a sus
enemigos por separado antes de que lograran unir sus ejércitos. Casi lo logró. Pero
fue detenido por Wellington y Blücher en Waterloo. Entonces supo que todo había
terminado.
Meses después, el 12 de enero de 1816, Luis XVIII, que
volvía al trono por segunda vez, expulsó definitivamente a la familia Bonaparte
de Francia, en un intento por romper de manera radical con el pasado inmediato
del país. Eran ya tiempos de paz, y el nombre de Bonaparte significaba guerra.
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