El príncipe
Harry del Reino Unido, segundo hijo del príncipe de Gales y tercero en la línea
de sucesión al trono británico, ha cobrado fama mundial por su comportamiento
nada aristocrático, por sus fotos desnudo, por sus irreverencias y por su afición
a pasear el vaso de la mesa a la boca, pero ahora también ha destacado por una
práctica más seria: la de disparar contra talibanes.
Si bien es cierto que durante la
Edad Media los reyes acudían a la guerra y solían
perder la cabeza en ella, hace mucho tiempo que dejaron a un lado esa
costumbre. Siglos. Aunque, claro, con sus respectivas excepciones. Varios miembros
de la dinastía Hohenzollern, la
otrora familia imperial de Alemania, dejaron la vida al principio de la Segunda Guerra Mundial en los
campos de batalla de Francia. Desde entonces poco se ha sabido de príncipes
combatientes. Y resulta extraño que el que retomó la costumbre sea el más
informal de todos.
El nieto de la reina
Isabel II, ese pelirrojo que siempre aparece en las fotografías sonriendo, acaba
de regresar a su país después de haber permanecido cinco meses en Afganistán. En
una entrevista concedida aún en territorio afgano y publicada hasta su regreso
a Inglaterra, el príncipe afirmó haber disparado contra talibanes y acabado con
algunos de ellos, en sus misiones de apoyo a las fuerzas de tierra como
copiloto artillero.
En su peculiar estilo desenfadado, Harry dijo que el
hecho de exterminar talibanes fue similar a uno de sus pasatiempos favoritos:
los videojuegos, que consiste sólo en oprimir botones. Ante estas
declaraciones, los talibanes ya lo acusaron de tomar la guerra con poca
seriedad y sugirieron que durante su estancia en Afganistán se pudo haber vuelto
loco, lo que para ellos justificaría sus declaraciones.
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