Extraño es ver cómo es diferente la investidura
presidencial de acuerdo a cada país. La reacción que tiene un pueblo hacia su
presidente se nota desde su forma de elección, su gobierno y con su muerte.
En los Estados Unidos el presidente sabe desde que es
elegido que será en adelante un objeto público, parte de un protocolo, de una historia
común y desde luego de una institución. Cuando el presidente sale de la
Casa Blanca para ceder el puesto a otro, aún
le queda participar en dos sucesos muy simbólicos dentro de su país: la inauguración
de su biblioteca y su funeral.
Eso es un logro de los Estados Unidos, aunque el mundo
se empeñe en verlo de otra manera. Para muchos el que un presidente
estadounidense siga siendo parte importante de la institución quizás se trata
de obviar sus errores e incluso de darle un indulto a alguien que cometió crímenes.
Probablemente es cierto, pero el puesto de presidente está inalterablemente
ligado a la tarea de hacer cosas no siempre buenas en aras de la estabilidad
nacional. Los yanquis prefieren quedarse con las ganas de enjuiciar a sus
presidentes con tal de que la institución sea sólida. Y lo es, es la más sólida
del mundo.
La imagen de John F. Kennedy Jr cuadrándose como un soldadito para hacer el saludo militar al
ataúd de su padre -momento que impactó al mundo- no fue un suceso espontáneo, se
trató del resultado de un proceso de muchos años. Quizás al niño le dijeron lo
que tenía que hacer previamente -su madre era experta en organizar eventos-,
pero aquello nunca hubiera tenido semejante efecto en otra parte del mundo.
Alguien podría preguntarse qué hay detrás de tantos
honores a los presidentes yanquis cuando mueren. Sencillamente, se trata de una
tradición que manifiesta que aunque los políticos jamás son perfectos y la
mayoría de las veces son un poco o muy corruptos, desgraciadamente son
necesarios.
En otros lugares no ocurre como en Estados Unidos. Hay presidentes
que mueren, por ejemplo en Latinoamérica, y la prensa apenas le da cobertura al
hecho, mientras que la familia se da prisa en sepultarlo sin que algún
ciudadano demuestre la menor emoción. Eso, tal vez, cuando mejor le va al
muerto, cuando no, habrá quien vaya a su entierro a cerciorarse de que el hoyo
sea demasiado profundo para que le sea imposible salirse.
Probablemente en Latinoamérica algunos excelentes
mandatarios han sido ignorados en su funeral, mientras en Estados Unidos les
han hecho un homenaje a otros pésimos. Pero es que Estados Unidos ya recorrió
un camino que los países latinoamericanos se han negado a recorrer.
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