Algunos presidentes latinoamericanos deberían de
escribir un Manual para ser un pésimo
gobernante; quizás no se vendería mucho el librito pero tampoco les costaría
tanto escribirlo. Con plasmar en papel sus memorias de los años que han estado
en el poder es más que suficiente.
Hay en Latinoamérica -y en otras partes del mundo,
pero en esta zona están saliendo como si fuera epidemia- gobernantes que creen
que para hacer las cosas bien el procedimiento es bien sencillo. Dirán Cristina,
Evo, Nicolás, Rafael, Daniel y otros, que gobernar bien es privatizar cualquier
gran empresa, porque privatizar empresas es la formula para alcanzar riquezas y
sólo ellos lo saben. Son inteligentes. Dirán que montarse en una postura
nacionalista e intransigente, ayuda a mejorar las relaciones con el exterior y
a ser admirados por su pueblo; dirán también que los problemas se solucionan
con decretos. ¿Para qué esmerarse en encontrarle la cura a algo si como
gobernantes pueden decir hágase y
estará hecho?
Para muchos líderes latinoamericanos gobernar bien es
sencillo, todo debe hacerse por impulso y con bravuconadas, la diplomacia, por
tanto, es innecesaria, no hace falta negociar cuando se puede amenazar y no hay
verdad incomoda que no se pueda tapar con un decreto.
Los más radicales gobernantes latinoamericanos creen
que desde su oficina, diciendo exprópiesele,
ciérresele, expúlsesele, ignóresele, arréstesele, intimídesele, golpéesele,
hágase la felicidad y desaparézcase la inflación se soluciona
cualquier problema y su país se hace de la noche a la mañana prospero y feliz. Los
pueblos del mundo llevan milenios teniendo gobernantes de todo tipo y estos
genios creen que sus procedimientos son innovaciones que otros no habían
sabido, no habían querido o no se habían atrevido a aplicar.
La única razón valida para que actúen cómo lo hacen
sería que el mundo llevara existiendo quince días. Pero no es así y ellos lo
saben.
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