Nada más llegar al poder, Enrique Peña Nieto inició un proceso de reformas constitucionales,
previos acuerdos de encerronas con los más fuertes partidos aparte del PRI, que
incluyeron llevarse por delante a la famosa y temida líder sindical Elba Esther Gordillo.
Muchos mexicanos ven las reformas como positivas, y la
razón principal para ello es que por primera vez en muchos años ven unidos y al
parecer en total acuerdo a los peces gordos de los diferentes partidos, de
izquierda, derecha y centro, y sólo se mantienen aislados los izquierdistas más
radicales que no cuentan con mucho peso político.
Con esta cortina de reformas cuyo perfil unionista parece
haber dado un golpe de suerte en lo mediático, Peña Nieto está logrando que los
mexicanos empiecen a verlo como lo que es desde el uno de diciembre pasado: su
presidente, y que de paso olviden al casi siempre en apariencia enojado Felipe Calderón, su predecesor que aun
con todo lo que se le criticó fue uno de los mejores líderes latinoamericanos
en sus tiempos.
Conseguir el aval de su pueblo de otra forma al
presidente priísta le hubiera resultado muy difícil, ya que su predecesor fue
un político nato, un orador furioso que cosechó aplausos incluso ante los
legisladores estadounidenses en su propio terreno.
En cambio, Peña Nieto no es político, hablar en público
no se le da nada y para pronunciar un discurso se ve obligado a mantener la
mirada fija en el papel que tiene enfrente. Su personalidad, cuando no está
posando para los fotógrafos, es la de un hombre inseguro que no se siente en su
terreno.
Calderón fue un hombre de acciones y de frases sabías.
Pero su mayor problema quizás fue su carácter rara vez flexible, la furia y los
reproches que aun cuando tenía la necesidad de negociar con la oposición a
veces dejaba ver en sus discursos. Peña Nieto ya logró ganar con la oposición
el terreno que no pudo abarcar su predecesor en seis años, pese a que hablando
en público es una miniatura en comparación con él.
En muchos aspectos Calderón fue un gran presidente, a
la par de Álvaro Uribe en Colombia. Su personalidad nunca dejó en vergüenza a México
en cualquier terreno donde se paró. Todavía quedan en el recuerdo las palabras
de su otrora aliado y compañero de partido, Manuel Espino, quien dijo que no era
un hombre de mecha corta (hablando de su fuerte carácter), sino que simplemente
no tenía mecha, o las de su Secretario de la Defensa , Guillermo Galván, poco antes de que
dejara la presidencia: “¡Usted manda, y manda bien!” Y vaya por delante que en
México desde hace muchos años los generales brillan por su prudencia.
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