jueves, 30 de mayo de 2013

Gobernar mal

Lo primero que tiene que hacer un político para gobernar mal es creerse que puede gobernar del todo bien; ése es un grave error, porque gobernar bien es imposible, se gobierna como se puede, como los sindicatos, las minorías, las mayorías, los delincuentes, los corruptos, etc y etc lo permiten.

Y de eso sale a veces una administración mala, aborrecible, condenable o regular, rara vez buena y nunca jamás excelente. Las sociedades suelen ser tan extrañas que los presidentes no pueden, como hubiera querido el fallecido Hugo Chávez, elegir entre lo bueno y lo malo, así, simple. No es así de simple.

Los presidentes, que comúnmente dejan el puesto con el odio de su pueblo encima, tienen que ver y saber elegir lo menos malo entre todo lo malo que hay. Los que saben que los logros absolutos e impecables son imposibles suelen ser los mejores, y no para todo su pueblo, no ha habido jamás un gobernante que deje a todos contentos.

Cuando un presidente llega puesto y presto para renovar desde la constitución hasta la manera de pensar del hombre una cosa ya es segura: que habrá, más temprano o más tarde, un rotundo fracaso, un gasto descomunal, una desestructuración atroz del sistema y una corruptela sin límites.

En el período en que son apenas candidatos, los gobernantes se ven obligados a prometer mucho, algo que evidentemente no es posible cumplir. El más confiable será siempre el que prometa menos. Aquél que sabe que no es posible solucionarlo todo en un mes sino que en cinco o seis años apenas logrará enderezar un poco aquí y otro poco allá, de manera que las cosas queden sólo un poco mejor de cuando llegó, será un gran gobernante, le saldrá barato a su pueblo y podrá ser considerado un político apegado a la realidad. Ésos son raros. Casi no hay.

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