Lo primero que tiene que hacer un político para
gobernar mal es creerse que puede gobernar del todo bien; ése es un grave
error, porque gobernar bien es imposible, se gobierna como se puede, como los
sindicatos, las minorías, las mayorías, los delincuentes, los corruptos, etc y
etc lo permiten.
Y de eso sale a veces una administración mala, aborrecible,
condenable o regular, rara vez buena y nunca jamás excelente. Las sociedades
suelen ser tan extrañas que los presidentes no pueden, como hubiera querido el
fallecido Hugo Chávez, elegir entre lo bueno y lo malo, así, simple. No es así
de simple.
Los presidentes, que comúnmente dejan el puesto con el
odio de su pueblo encima, tienen que ver y saber elegir lo menos malo entre
todo lo malo que hay. Los que saben que los logros absolutos e impecables son
imposibles suelen ser los mejores, y no para todo su pueblo, no ha habido jamás
un gobernante que deje a todos contentos.
Cuando un presidente llega puesto y presto para
renovar desde la constitución hasta la manera de pensar del hombre una cosa ya
es segura: que habrá, más temprano o más tarde, un rotundo fracaso, un gasto
descomunal, una desestructuración atroz del sistema y una corruptela sin límites.
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