En otros siglos el problema que tenían los
consumidores voraces de libros era que no había libros, no tantos como los
necesitaban. Las librerías eran características de países ricos y ciudades
grandes. Pero en los países pobres y sus ciudades pequeñas también había gente
que quería leer y no tenía el medio de satisfacerse.
Ahora, con el libro electrónico, las cosas han dado un
giro radical. Los libros ya no faltan, no: sobran. Constantemente están apareciendo
en la red, y gratis, más y más libros. Ediciones agotadas, libros pasados de
moda, que ya quedaron en el olvido o que nunca llegaron físicamente a
determinado país, poco a poco van renaciendo en la red por obra gracia de internautas
que creen conveniente digitalizarlos y ponerlos al alcance de millones de
lectores.
El resultado de ese fenómeno no ha de agradar mucho a
los editores y a los lectores los confunde. Quien tiene un Kindle o algún aparto similar, constantemente está metiéndole libros que halla gratis en la red y que
llaman aunque sea un poco su atención. Y lo que resulta de ello es que cada día
está empezando a leer un libro diferente y pocas veces termine uno. El problema
de que haya mucho que leer es que el libro no tiene que medio gustarle al
lector para que lo termine: si no le fascinan las primeras páginas puede
pasarse a otro.
Para los editores la sobrepoblación de libros gratis
en la red representa un serio problema: los lectores poco pueden pensar en
comprarse un libro cuando ese tipo de “productos” son fáciles de encontrar en
la red gratis. Cierto que la cultura gratis es algo bueno, mucho mejor que el
hecho de que no haya cultura, pero negocio, lo que se dice negocio, no es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario