domingo, 19 de mayo de 2013

¿Cómo hacer de un país inculto un país de lectores?


Las cuestiones por las que un país tiene un bajo o muy bajo índice de lectores pueden ser muy variables, pero todas o casi todas están relacionadas a la pobreza y al hecho de que no existe entre la población la cultura de leer como pasatiempo.

El desinterés por los libros en una persona podría tener sus raíces desde la niñez, en la escuela y en el mismo hogar. Un país pobre no puede darse el lujo de tener bibliotecas que se precien de serlo en cada escuela pública, a lo mucho unas cuantas por ciudad que no darían abasto a un mínimo porcentaje de los ciudadanos si repentinamente a todos los diera por ponerse a leer.

Y si no hay bibliotecas, los profesores no ponen a sus alumnos a leer, porque eso significaría hacerlos comprar los libros, lo que daría como resultado el tener que enfrentar a los padres que reclamarían por el hecho de que los hagan gastar.

En el hogar también se fomenta el amor por la incultura. Las actividades que padres e hijos realizan en su tiempo libre rara vez tienen que ver con leer un libro. Prefieren ir al parque o ver un partido de fútbol en la televisión, algo que consideran mucho más divertido que meterse en las andanzas de Los tres mosqueros.

Esperar a que los países se hagan ricos para que inviertan en educación es como apostarle a un caballo enfermo. Los países no se pueden hacer ricos con una población inculta. Es de hecho la población culta la que tiene la posibilidad de hacer ricos a sus países.

Aunque el proceso para que una población empiece a leer y eso dé resultados es lento -porque todo cambio en la cultura de un país puede demorar mucho-, es posible hacerlo, o cuando menos intentarlo.

Los lectores para libros electrónicos pueden ayudar significativamente en las escuelas. Se espera que en pocos años estén más accesibles en precio que ahora. Ya hace un año empezó a circular uno a 10 euros en Alemania. Con un lector así y el enorme catálogo de clásicos que están gratis en la red, los profesores ya no tendrán pretextos para no poner a sus alumnos a leer.

En el hogar también es posible hacer cambios significativos sin gastar mucho. Una familia de clase media-baja se puede dar el lujo, aunque le lleve tiempo, de surtir un pequeño librero en su casa, con libros baratos comprados en librerías de viejo. Ya con el simple hecho de que en su hogar vean libros, a los niños les entrará en algún momento la inquietud por hojear uno, y después por leerlo.

Lo anterior no hará de un país inculto un ávido consumidor de literatura en unos cuantos meses, pero es la forma correcta de empezar. Los resultados se verán años después, en muchos aspectos, sobre todo en el económico.

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