Las cuestiones por las que un país tiene un bajo o muy
bajo índice de lectores pueden ser muy variables, pero todas o casi todas están
relacionadas a la pobreza y al hecho de que no existe entre la población la
cultura de leer como pasatiempo.
El desinterés por los libros en una persona podría
tener sus raíces desde la niñez, en la escuela y en el mismo hogar. Un país
pobre no puede darse el lujo de tener bibliotecas que se precien de serlo en
cada escuela pública, a lo mucho unas cuantas por ciudad que no darían abasto a
un mínimo porcentaje de los ciudadanos si repentinamente a todos los diera por
ponerse a leer.
Y si no hay bibliotecas, los profesores no ponen a sus
alumnos a leer, porque eso significaría hacerlos comprar los libros, lo que
daría como resultado el tener que enfrentar a los padres que reclamarían por el
hecho de que los hagan gastar.
En el hogar también se fomenta el amor por la
incultura. Las actividades que padres e hijos realizan en su tiempo libre rara
vez tienen que ver con leer un libro. Prefieren ir al parque o ver un partido
de fútbol en la televisión, algo que consideran mucho más divertido que meterse
en las andanzas de Los tres mosqueros.
Esperar a que los países se hagan ricos para que
inviertan en educación es como apostarle a un caballo enfermo. Los países no se
pueden hacer ricos con una población inculta. Es de hecho la población culta la
que tiene la posibilidad de hacer ricos a sus países.
Aunque el proceso para que una población empiece a
leer y eso dé resultados es lento -porque todo cambio en la cultura de un país
puede demorar mucho-, es posible hacerlo, o cuando menos intentarlo.
Los lectores para libros electrónicos pueden ayudar
significativamente en las escuelas. Se espera que en pocos años estén más accesibles en
precio que ahora. Ya hace un año empezó a circular uno a 10 euros en Alemania.
Con un lector así y el enorme catálogo de clásicos que están gratis en la red,
los profesores ya no tendrán pretextos para no poner a sus alumnos a leer.
En el hogar también es posible hacer cambios
significativos sin gastar mucho. Una familia de clase media-baja se puede dar
el lujo, aunque le lleve tiempo, de surtir un pequeño librero en su casa, con
libros baratos comprados en librerías de viejo. Ya con el simple hecho de que en
su hogar vean libros, a los niños les entrará en algún momento la inquietud por
hojear uno, y después por leerlo.
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