Cuando en septiembre de 1683 el duque de Lorena y el rey de Polonia Juan III Sobieski vencieron a los musulmanes a las afueras de Viena,
pusieron fin a las aspiraciones de éstos de apoderarse de Europa y someter a
todo infiel -todo el que no fuera musulmán- a la esclavitud o al cuchillo de
Alá.
Los musulmanes habían avanzado por Austria exhibiendo
una crueldad espeluznante, degollando a mujeres inocentes con el objetivo de
avisar a los vieneses lo que les esperaba cuando capturaran la capital del
imperio de los Habsburgo. La batalla duró dos meses y fue tan cruel como se
esperaba. Precisamente por eso, el emperador Leopoldo I huyó como un cobarde antes de que los soldados de Alá se
aparecieran por Viena.
En aquella batalla, primero se pensó que triunfó
Austria, después que el Papa y finalmente que Europa, pero ahora sabemos que triunfó la
libertad. Occidente poco a poco fue encaminándose a ser una sociedad libre, con
tolerancia religiosa y ajena a muchos prejuicios, lo que ha provocado que la
gente viva más feliz. Nada estaría como ahora sí los musulmanes se hubieran
apoderado de Austria y luego de toda Europa.
Una vez que entendieron que por la vía de la guerra no
dominarían a los cristianos, que su armamento era obsoleto y que el poderoso
Imperio Otomano estaba en franca decadencia, los musulmanes se quedaron quietos
en sus trincheras, pero aún anhelando conquistar el continente europeo. Tiempo después
cambiaron de estrategia: optaron por la colonización.
Hoy hay más de 50 millones de adoradores de Alá
regados por toda Europa, Ámsterdam es ya casi considerada una ciudad musulmana,
poco a poco van imponiendo sus costumbres y adaptando al continente a sus
designios. El propio Muamar el Gadafi lo reconoció: la misión que tienen es dominar Europa sin
usar las armas.
Su colonización no sería tan preocupante si ellos
quisieran la paz, pero su actuar deja claro que sus intenciones son otras. Allá
en sus países, donde viven algunos cristianos, los acosan constantemente y los
sentencian a muerte por delitos insignificantes, básicamente sólo por ser lo
que son, cristianos.
Pero ellos sí pueden vivir en Europa tranquilos, prósperos,
felices y planeando quién sabe que cosas macabras. Los que anteayer en Londres
degollaron a un joven militar al grito de “¡Alá es grande!” y amenazaron al
infiel con la terrible frase “nunca estarán a salvo” se parecen mucho a los que
hace más de tres siglos llegaron degollando a Viena. El pretexto es el mismo,
se sienten agredidos por quienes se defienden de sus agresiones y se desquitan
con cualquier infeliz al que jamás en su vida han visto. ¿Qué les puede
importar la vida de inocentes si a fin de cuentas son infieles?
La imagen de un terrorista con las manos manchadas de
sangre y aún sosteniendo los cuchillos con que llevó a cabo el macabro acto,
mientras amenaza con más terror, debería de encender las alarmas. Su intención,
la de ellos, no es convivir en armonía con el infiel -si eso fuera sería
perfecto-, su intención, la que han dejado en claro muchas veces, es someter o
exterminar al infiel. Occidente no puede ser tan tonto.
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