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Maximiliano von Götzen-Iturbide con Benedicto XVI |
En todo el mundo se conoce a los pretendientes a los tronos de las extintas monarquías europeas. En Francia
por ejemplo hay tres familias que, en el muy remoto caso de que se diera una
restauración monárquica, podrían aspirar a la corona: los Bonaparte -descendientes
de Napoleón, aunque no en línea
directa-, los Orleans y los Borbón. En Austria están los Habsburgo, en Alemania
los Hohenzollern y en Rusia los Romanov. Nada de lo anterior suena raro tomando
en cuenta la importancia que esas familias tuvieron en sus respectivos países
hace siglos. Lo raro es que México, una República sin tradición monárquica,
también tiene su familia de sangre azul. Y no real, sino imperial.
Todo se remonta a la época en que el país se independizó
de España. El militar Agustín de Iturbide,
el libertador que antes de ser tal peleó del lado español y que cambió de bando
cuando más propicio lo consideró, se coronó como emperador. Un año después lo
pasaron por las armas y quedó en el olvido. Su familia incluso se vio obligada
a exiliarse en los Estados Unidos.
Cuando México volvió a ser monarquía por un breve período
de tiempo, con el archiduque Maximiliano
de Austria a la cabeza, éste adoptó a los nietos del malogrado emperador
Agustín. Pero el nuevo emperador, al igual que el anterior, también fue
fusilado. Mas la adopción fue beneficiosa para los nietos de Iturbide, ya que
como hijos adoptivos un príncipe Habsburgo su suerte cambió.
Uno de ellos emigró a vivir a Europa, precisamente
bajo el amparo de la familia Habsburgo, y de él desciende Maximiliano von Götzen-Iturbide, el actual heredero al trono de la Republica Mexicana.
Le rinde honor al aristócrata que adoptó a su antepasado llevando su nombre, y
vive en Australia, lejos del país donde están sus raíces. Quizás hace bien en
estar lejos, porque en México no gustan los aristócratas, a los dos últimos que
tuvieron los fusilaron.
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