Antes del libro
electrónico, cuando un escritor terminaba su libro, y lo pulía y lo revisaba
a conciencia, lo único que podía hacer era enviarlo a una editorial. Si recibía
una carta de rechazo o ni eso, no le quedaba más que enviarlo a otra y después
a otra si el rechazo persistía. Cuando ya no le quedaban editoriales a las cuales enviar su libro, quizás optaba
por cambiarle el titulo y volver a enviarlo a las mismas, esperando
que en esta segunda vez los editores sí leyeran la primera página.
Cuando los rechazos se acumulaban por años, el
escritor podía vender su casa, su auto o gastar todos sus ahorros para imprimir
él su libro y quedarse como recuerdo cajas llenas de ejemplares, porque si bien
imprimirlo teniendo el dinero les resultaba relativamente fácil, lo difícil, o
imposible, era venderlo. Pero no todos llevaban su lucha tan lejos. Algunos se
suicidaban antes.
Si por suerte un editor leía la primera página de su
libro y le resultaba atractiva y decidía leer diez más, entonces la situación
era diferente. La editorial le publicaba su libro y prácticamente allí
terminaba su trabajo. Se limitaba a promocionarlo de acuerdo con el editor y a
esperar que la empresa hiciera la mayor parte.
La generación
Kindle es algo diferente a eso. Ahora un escritor puede
publicar su libro el mismo día que lo termina. Aunque lo recomendable es que se
tome unos meses para limpiarlo y pulirlo. Pero puede, si quiere, publicarlo al
instante. Tan sólo le tomará unos minutos lograr que su libro esté a la venta,
lo que en otras décadas era totalmente imposible.
Pero igualmente tiene que emprender una lucha: la de vender su obra, aunque ya no a un editor que puede estar muy ocupado, sino a
los lectores directamente. Y eso es ir varios pasos adelante comparado con la dinámica
que se tenía que seguir a rajatabla en otros tiempos.
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