En Latinoamérica actualmente hay varios gobiernos
revolucionarios, encabezados moralmente por Cuba y sostenidos petroleramente por Venezuela. Cuando los
caudillos de cada país llegaron al poder, vendieron su advenimiento como el
triunfo de una revolución, como el fin del servilismo al imperialismo yanqui,
como la era en la que el pueblo empezaría a gozar de lo que legítimamente le
corresponde.
Años después, la visión que se tiene de esos triunfos es
muy extraña; se trata de triunfos que no parecen tal cosa. En Cuba el pueblo
lleva más de medio siglo jugándose la vida para llegar a Miami y encontrar la
libertad, la posibilidad de poseer algo propio y de prosperar. En Venezuela, país
rico en petróleo, no les alcanza su riqueza del subsuelo para abastecerse de
papel higiénico, en Argentina la inflación está alcanzado niveles alarmantes,
tanto como la cara de su ministro de economía al negarse a hablar del tema. Y por
el mismo camino andan Ecuador, Bolivia y Nicaragua, los demás pueblos que gozan
de una revolución triunfante.
Hace tiempo se vendía la pobreza de Cuba como un
logro, ya que al estar sola en el hemisferio no podía tener socios confiables. Y
el logro era resistir con miseria ante el imperialismo yanqui. Pero ahora ya
son muchos países revolucionarios, ya tienen una relación comercial entre
ellos y se apoyan hombro con hombro, con petróleo y con papel higiénico.
Y si así son las cosas, ¿por qué tanto fracaso?, ¿por
qué las revoluciones triunfantes que prometían pueblos prósperos se sostienen
de pura propaganda, de falsear resultados y de bravuconadas? Sería bueno
estudiar bien y sobre todo no olvidar este fragmento de la historia de Latinoamérica,
de lo contrario, cuando caigan éstos por el mal gobierno que los caracteriza, llegarán
otros una década después prometiendo, y haciendo, lo mismo.
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