El papel de Estados Unidos como hiperpotencia en el
mundo le ha acarreado un odio tan grande desde muchos frentes que quizás sólo
pueda ser comparado en magnitud con su poderío militar y económico. Para la
mayor parte del mundo, hagan lo que hagan los yanquis, mal hecho está, son
malos por naturaleza.
No importa si Estados Unidos trata de cosechar elogios
haciendo lo contrario a una acción por la que anteriormente ya recibió críticas,
éstas le vienen tanto si hace como si no hace nada. Los yanquis sólo hacen
cosas malas, o eso se pretende que se piense.
Cuando George H. W. Bush derrotó en la Guerra del Golfo a Saddam Husein, pero le
permitió seguir en su puesto de dictador absolutista, fue severamente criticado
por ello. Y cuando más tarde su hijo no sólo lo desarmó sino que lo persiguió
hasta capturarlo y ponerlo delante de un tribunal, le llovieron más críticas aún
que a su padre. George W. Bush
es visto como uno de peores asesinos de lo que va de este joven siglo. Que
gracias a él la gente pueda subirse a un avión sin miedo a que el aparato
explote en el aire a nadie le importa.
Estados Unidos se ha desprestigiado enormemente por
las guerras de Irak y Afganistán. Pero cómo lo han odiado por no desarmar a
dictadores de la talla de Muamar el Gadafi y Bashar Al-Assad.
La prensa internacional veía con asombro cómo éstos estaban desangrando a sus
pueblos y los yanquis malos y apáticos no hacían nada. Clamaban por una
intervención militar para tener un pretexto del cual valerse para odiarlos más.
Otro motivo por el que se odia a los yanquis es
porque se erigieron como única hiperpotencia después de la Guerra Fría. ¿Pero cómo estaría
el mundo si los soviéticos hubieran salido victoriosos de ese conflicto
silencioso? Lo que con certeza puede saberse es que nadie los criticaría. Hacerlo
segundamente estaría prohibido y se pagaría hasta con la vida.
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