El archiduque Maximiliano de Austria (1832 – 1867) es
mundialmente conocido por haber viajado a México bajo el protectorado de Napoleón III para fundar un poderoso imperio y haber muerto en el intento tres años después,
fusilado en Querétaro.
Pero antes de ir sentarse en el peligroso trono de
Moctezuma, construyó en Europa un hermoso palacio, lleno, para la época, de
originalidad, en las costas del mar Adriático.
Maximiliano fue el segundo hijo de sus padres, por lo
que le tocó la desgracia de no gobernar el Imperio Austriaco. Mas eso le
permitió ser marinero y recorrer el mundo exótico que guarda en sus costas el Mediterráneo.
Mucho viajó como hijo de buena familia; se convirtió
en un joven poeta, soñador y romántico que hubiera envejecido soñando si Napoleón
III no le hubiera echado el ojo encima para sus ambiciosos proyectos.
En 1856 el Archiduque decidió construir un palacio que
fuera la envidia de todos los príncipes europeos. Ya bastante se había amueblado la
cabeza en sus viajes y sabía cómo hacer un edificio original y único, una total
rareza. Por principio de cuentas, raro fue el lugar que escogió para emplazar el edificio: una roca
que se levanta a orillas del Adriático, a unos pocos kilómetros de Trieste.
El arquitecto encargado de la obra fue Carl Junker, pero
el verdadero diseñador fue el propio archiduque. La fachada parece de una
sobriedad extraordinaria, pero hay un juego de volúmenes muy adelantado para la
época, enfatizado por elementos neogóticos que le imprimen misterio y una gran
belleza al edificio. Los diferentes cuerpos están rematados con almenas, en una
hábil reinterpretación de estos elementos diseñados en el medioevo para la
guerra, y que por la posición del palacio alcanzan una perspectiva
sorprendente, que realza enormemente su belleza.
Las características arquitectónicas y la sobriedad
aparente y falsa del edificio, han provocado que sea conocido como castillo y no como lo que realmente es:
un palacio de placer concebido para el descanso de un aristócrata.
Lo triste de la historia es que el archiduque Maximiliano
poco pudo gozar de su extraordinaria obra. Aún se hallaba en construcción,
aunque ya vivía en él, cuando decidió viajar a México a encararse con un
pelotón de fusilamiento.
Después de la muerte de Maximiliano, el palacio
continuó siendo de los Habsburgo por algunos años pese a la reunificación de
Italia. Ya en el siglo XX vivió en él el aristócrata italiano Amadeo II de
Saboya-Aosta, nieto de otro Amadeo, el que fuera rey de España.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los
aliados ocuparon Miramar por largo tiempo. Los soldados norteamericanos
estuvieron allí de 1947 a
1954, así que probablemente muchos veteranos de guerra yanquis tienen en la
sala de su casa una fotografía de cuando eran jóvenes, junto a la famosa
esfinge que el archiduque Maximiliano llevó desde Egipto para colocar como
elemento decorativo en el muelle de su palacio.
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