El arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, recientemente fallecido a sólo
diez días de cumplir los 105 años, fue durante su muy larga carrera un
referente de la arquitectura a nivel internacional. Comunista convencido, amigo
y admirador de Fidel Castro, Niemeyer se caracterizó por desarrollar una
arquitectura irreverente, llena de curvas, como las montañas y las mujeres de
su natal Brasil.
Nació cuando empezaba el siglo XX, apenas dos años después de Albert
Speer, el arquitecto de Hitler, pero siendo contemporáneos desarrollaron estilos
completamente diferentes. Speer se inclinó por lo clásico, por la arquitectura que
retrataba a la aristocracia o a un régimen poderoso, Niemeyer, ciudadano de un
país pobre y lleno de agitación, y admirador de Le Corbusier, se impregnó de
los principios de la arquitectura moderna, algunos de los cuales, los
minimalistas, estaban profundamente pegados al comunismo, a su ideología.
Su amistad con el presidente Juscelino Kubitschek le permitió en 1956
diseñar los edificios más importantes de la ciudad de Brasilia, la nueva
capital de Brasil. Niemeyer, a cargo de los edificios, y Lucio Costa, a cargo
de la urbanización, diseñaron una ciudad partiendo desde cero, un hecho nunca
antes ocurrido en el mundo. El resultado fue una ciudad con una belleza
deslumbrante, aunque carente, a decir de algunos, de funcionalidad.
Al apropiarse la dictadura militar del gobierno de Brasil, Niemeyer se
exilió en Paría. No pocos se preguntaron por qué no se había ido a Moscú, el
lugar ideal para un arquitecto comunista. Durante ese exilio su carrera adquirió
un nuevo repunte. Se transformó en el arquitecto de moda en el mundo y diseñó
toda clase de edificios en varios países. Extrañamente el creador comunista jamás
se abstuvo de hacer estructuras tan excesivamente
costosas.
El Premio Pritzker, el Nobel para los arquitectos, le llegó en 1988,
cuando ya tenía más de ochenta años y su carrera seguía avanzando y su obra haciéndose
más simbólica que funcional. Diseñó hasta casi el final de su vida obras
monumentales y estructuralmente riesgosas. Darles mantenimiento a los gobiernos
que se las heredó les cuesta sumas exorbitantes, y con el paso de los años y el
deterioro de los materiales esas sumas aumentarán.
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