domingo, 16 de diciembre de 2012

El legado de Oscar Niemeyer


El arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, recientemente fallecido a sólo diez días de cumplir los 105 años, fue durante su muy larga carrera un referente de la arquitectura a nivel internacional. Comunista convencido, amigo y admirador de Fidel Castro, Niemeyer se caracterizó por desarrollar una arquitectura irreverente, llena de curvas, como las montañas y las mujeres de su natal Brasil.

 Nació cuando empezaba el siglo XX, apenas dos años después de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, pero siendo contemporáneos desarrollaron estilos completamente diferentes. Speer se inclinó por lo clásico, por la arquitectura que retrataba a la aristocracia o a un régimen poderoso, Niemeyer, ciudadano de un país pobre y lleno de agitación, y admirador de Le Corbusier, se impregnó de los principios de la arquitectura moderna, algunos de los cuales, los minimalistas, estaban profundamente pegados al comunismo, a su ideología.

Su amistad con el presidente Juscelino Kubitschek le permitió en 1956 diseñar los edificios más importantes de la ciudad de Brasilia, la nueva capital de Brasil. Niemeyer, a cargo de los edificios, y Lucio Costa, a cargo de la urbanización, diseñaron una ciudad partiendo desde cero, un hecho nunca antes ocurrido en el mundo. El resultado fue una ciudad con una belleza deslumbrante, aunque carente, a decir de algunos, de funcionalidad.

Al apropiarse la dictadura militar del gobierno de Brasil, Niemeyer se exilió en Paría. No pocos se preguntaron por qué no se había ido a Moscú, el lugar ideal para un arquitecto comunista. Durante ese exilio su carrera adquirió un nuevo repunte. Se transformó en el arquitecto de moda en el mundo y diseñó toda clase de edificios en varios países. Extrañamente el creador comunista jamás se abstuvo de hacer estructuras  tan excesivamente costosas.

El Premio Pritzker, el Nobel para los arquitectos, le llegó en 1988, cuando ya tenía más de ochenta años y su carrera seguía avanzando y su obra haciéndose más simbólica que funcional. Diseñó hasta casi el final de su vida obras monumentales y estructuralmente riesgosas. Darles mantenimiento a los gobiernos que se las heredó les cuesta sumas exorbitantes, y con el paso de los años y el deterioro de los materiales esas sumas aumentarán.

Resulta extraño que el genio que siempre se confesó sencillo y carente de ambiciones de grandeza, haya sido tan propenso a diseñar edificios dedicados a absorber dinero. El legado de Niemeyer son enormes esculturas -algunas muy bellas y otras no tanto- y también un gasto continuo y enorme para mantenerlas de pie.

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