Cualquier persona sensata, si hace un breve
análisis acompañado de una reflexión, comprendería que muchas de las
calamidades que padece una sociedad, son consecuencia de la existencia del
Estado.
Un país donde los funcionarios públicos no son
muy corruptos ni muy avaros, tampoco puede evitar tener problemas difícilmente
solucionables y que son generados por el Estado. La realidad es que podría
afirmarse que en la mayor parte de los países del mundo el Estado causa muchos
más problemas de los que soluciona.
Cualquiera podría decir que, tomando en cuenta
lo anterior, el Estado no debería de existir. Lamentablemente, ése es un lujo
que una sociedad no se puede permitir.
La existencia del Estado es necesaria, tanto que
sin él la anarquía reinaría y las libertades no podrían existir. Es
imprescindible que existan leyes, bien pensadas y justas para que todos y cada
uno de los ciudadanos tengan derechos y puedan disfrutar de la libertad
actuando de acuerdo a su elección.
La libertad es el tesoro más preciado que puede
tener una persona inteligente, y para poseerla es necesario soportar al Estado.
Éste, cuando mejor funciona, es guardián de la libertad al impartir la justicia
y procurar seguridad, pero también es poco fiable y bastante caro.
Entendiendo que no se puede prescindir del
Estado, es necesario limitar su poder lo más posible, porque entre más poderoso
sea, más daño causará a la causa de la libertad. Muchos pueden pensar que un
Estado poderoso en un país democrático, con un nivel cultural de la población
alto, funcionaría muy bien. Eso es totalmente falso, mientras el Estado tenga
éxito en su afán de abarcarlo todo, solo causará problemas e impedirá el
desarrollo del país, y eso puede ocurrir en cualquier parte del mundo, en
países ampliamente desarrollados o tercermundistas.
Es un terrible error pensar que cuando en un
país surge una crisis económica es necesario tener un Estado muy poderoso para
que todo lo solucione utilizando el método de Robin Hood. Lo que realmente hace falta en esos casos es
libertad para los emprendedores, que son los que terminan generando la gran
mayoría de empleos.
Si el Estado es el poderoso, solucionará la
crisis a su modo, el único medio a su alcance: quitándole a unos y dándole a
otros, sin voltear a ver si a quien se lo quita le hace falta o si quien lo
recibe lo merece. En cambio, si los poderosos en el momento en que se viene la
crisis son los emprendedores a quienes arduo trabajo les ha costado lo que
tienen, responderán dando empleos, y de esa forma quien recibe beneficios los
merecerá.
Es fundamental comprender que las funciones que
lleva a acabo el Estado, buenas o malas, lo obligan a cometer actos imposibles
de calificar como moralmente correctos. Esto se debe a que el Estado es un voraz
consumidor de dinero, siempre consume más de lo necesario, y, por otro lado, no
es por sí solo una fuente de recursos. Por lo tanto, entre más limitadas sean
sus funciones, más facilidad habrá de evitar su terrible despilfarro.
Es por ello que todo el poderío del Estado
debería de estar enfocado a la impartición de justicia, sin discriminar a
nadie, y a garantizar la seguridad de los ciudadanos. Esa tiene que ser su
principal función, y por la cual las personas libres y emprendedoras toleran su
existencia. Aquel que es libre, que confía en sus capacidades y tiene el valor
de luchar por sus sueños y correr los necesarios riesgos, no pide al Estado más
que justicia, que viene a ser, en cualquier lugar del mundo, la hermana
inseparable de la libertad.
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