domingo, 30 de junio de 2013

Las arbitrariedades del Estado contra los hombres libres que han conseguido éxito: ¿odio generado por la envidia?

En la época actual a quedado muy lejos el derecho de pernada, o los azotes como medio de estimulación para que los empleados rindan más, entre otras muchas tristes formas de desgraciarle la vida a quien poco o nada tenía que se usaban en siglos pasados. Ahora las leyes protegen fieramente a los obreros, aunque en muchos casos los estimulen a ejercer con descaro la pereza, sobre todo si se trata de un descomunal sindicato.

Por lo tanto, aquél que en la actualidad de la nada construye una empresa no puede ser, del todo, un déspota explotador. La realidad invita a pensar que es alguien que ha sabido perder el miedo al fracaso, que empieza a trabajar cada día mucho antes que otros y que, gracias a infinidad de esfuerzos, ha logrado el éxito.

Sin embargo, en muchos países todavía se utiliza la expropiación de empresas, argumentado las cosas más absurdas. Abundan los políticos que anhelan el poder, absoluto, para lograr darles una lección a los empresarios que, según ellos, viven como reyes a costillas de la sangre de sus empleados.

En décadas pasadas, fanáticos genocidas se dieron gusto cometiendo infinidad de atropellos contra quienes tenían un patrimonio. Estas bestias consideraban un crimen poseer bienes. Y quienes los tenían muchas veces eran echados de su país, sin nada, dejando atrás lo que tanto trabajo les había costado. Eso, claro, en el mejor de los casos, porque en el peor se podía pasar toda la vida en una prisión o comparecer ante un pelotón de fusilamiento.

Se puede, por lo anterior, cuestionar el verdadero móvil de tantos genocidas que aún hoy son adorados en todas partes del mundo. Ellos, y sus adictos, han argumentado que procedieron al ver el deplorable estado de las masas por consecuencia de la avaricia de los empresarios explotadores. Pero, ¿es eso realmente cierto?

La historia nos demuestra que tales argumentos son absolutamente falsos. Infinidad de inocentes, muchas veces niños, han perecido en genocidios disfrazados de justicia social. Los verdaderos móviles de tantas atrocidades muchas veces no han sido otra cosa que el odio y la envidia. El Zarévich Alexis de Rusia era sólo un niño desahuciado cuando fue cobardemente asesinado por los fundadores de la Unión Soviética. Un acto aterrador, sin duda, pero más aterrador es que a Alexis se le podrían sumar otros cien millones de inocentes asesinados en la búsqueda de un mundo mejor donde no habría hombres libres que crearían empresas y darían empleos.   

No se puede negar que muchos que se dedican a la política lo hacen porque en otros sectores se han encontrado con el fracaso en cada puerta donde han tocado. La evidente realidad nos muestra que muchos servidores públicos carecen de la más mínima capacidad para producir algo. Por el contrario, aquél que levanta una empresa sin duda tiene más capacidad que la mayoría, capacidad y valor porque hay que arriesgar a veces el poco patrimonio que se tiene. No es de extrañar entonces que muchos políticos al proceder a expropiar una empresa, exiliar a un empresario, meterlo a prisión o mandarlo asesinar, han ocultado detrás de un discurso sobre los horrores del capitalismo su envidia a aquéllos que han demostrado ser mejores.

Lamentablemente la naturaleza del Estado les da a sus integrantes un poder contra el que no se puede muchas veces combatir por más injusticias que genere. Y uno de los más terribles errores de una sociedad es poner precisamente ese poder en manos de personas que buscan la forma de herir al prójimo porque desprecian su ser mismo. El Estado debería de estar integrado no sólo por las personas más capaces, sino también por aquéllas que están dispuestas a ejercer con responsabilidad el poder que se les ha puesto en las manos, sin traumas, sin prejuicios y sin envidias.

Pero lamentablemente las personas más capaces, tanto intelectual como moralmente, con frecuencia descubren que se pueden ganar la vida sin la necesidad de fingir que trabajan ni robando descaradamente el dinero de otros. Por eso el poder del Estado siempre termina en manos de los que no ha podido o no han querido participar en el sector privado donde sin valor y conocimientos no se sube ni un solo peldaño. Y lamentablemente estas personas en lugar de tener un reconocimiento para los que han tenido el valor de hacer lo que ellos no, les han guardado un odio incomparable por esa misma razón.

La verdad es que las arbitrariedades del Estado, que se han cometido en todas partes del mundo, no se han debido a la búsqueda de la justicia social. Detrás de eso hay una guerra de inútiles contra útiles, de cobardes contra valientes y de políticos contra hombres libres. Por supuesto que habrá habido excepciones donde las cosas hayan estado invertidas. Pero en todo caso una persona que vive de su trabajo en el sector privado siempre utiliza en cualquier disputa sus propios recursos, por el contrario, un servidor público jamás arriesga lo propio cuando utiliza su puesto para satisfacer prejuicios y venganzas personales. 

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