México, desde la revolución, es un país oficialmente
ateo. Más aún, la historia mexicana del siglo XIX está sembrada de luchas entre
la Iglesia y
el Estado. De ahí que los presidentes mexicanos no juren poniendo su mano sobre
la Biblia ni
mencionen a Dios en el protocolario discurso cuando toman posesión del poder.
El PRI fue durante siete décadas un vigilante celoso
de las acciones de la Iglesia ,
y cuando el PAN, el partido católico por antonomasia de Latinoamérica, llegó a
poder en el año 2000, casi todos sus integrantes se cuidaron mucho de mencionar
en público sus afinidades religiosas. Tanto Vicente Fox como Felipe
Calderón dieron discretas muestras de amor al catolicismo, y cuando Fox
llegó al extremo de besarle la mano a Juan
Pablo II recibió innumerables críticas.
Así las cosas, de los políticos mexicanos se espera
pocas veces que hablen de su amor a Dios, y por ello un discurso de la
presidenta municipal de Monterrey, la panista Margarita Arellanes, ha levantado gran polémica.
La alcaldesa pronunció un discurso en el que le entregó,
según sus propias palabras, la ciudad que gobierna a Dios, y también hizo énfasis
en la necesidad de confiar en el Altísimo para librar los obstáculos que se le
presentan al país, acosado por la inseguridad y una violencia sin límites desde
hace varios años.
El regreso de Dios a las instituciones públicas
mexicanas, apartado de ellas en el siglo XIX por el presidente Benito Juárez y echado sin
consideraciones por los triunfadores de la revolución, no agradó mucho a
algunos sectores de la sociedad mexicana, principalmente de izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario