lunes, 10 de junio de 2013

La fe en Dios de una alcaldesa levanta polémica en México

México, desde la revolución, es un país oficialmente ateo. Más aún, la historia mexicana del siglo XIX está sembrada de luchas entre la Iglesia y el Estado. De ahí que los presidentes mexicanos no juren poniendo su mano sobre la Biblia ni mencionen a Dios en el protocolario discurso cuando toman posesión del poder.

El PRI fue durante siete décadas un vigilante celoso de las acciones de la Iglesia, y cuando el PAN, el partido católico por antonomasia de Latinoamérica, llegó a poder en el año 2000, casi todos sus integrantes se cuidaron mucho de mencionar en público sus afinidades religiosas. Tanto Vicente Fox como Felipe Calderón dieron discretas muestras de amor al catolicismo, y cuando Fox llegó al extremo de besarle la mano a Juan Pablo II recibió innumerables críticas.

Así las cosas, de los políticos mexicanos se espera pocas veces que hablen de su amor a Dios, y por ello un discurso de la presidenta municipal de Monterrey, la panista Margarita Arellanes, ha levantado gran polémica.

La alcaldesa pronunció un discurso en el que le entregó, según sus propias palabras, la ciudad que gobierna a Dios, y también hizo énfasis en la necesidad de confiar en el Altísimo para librar los obstáculos que se le presentan al país, acosado por la inseguridad y una violencia sin límites desde hace varios años.

El regreso de Dios a las instituciones públicas mexicanas, apartado de ellas en el siglo XIX por el presidente Benito Juárez y echado sin consideraciones por los triunfadores de la revolución, no agradó mucho a algunos sectores de la sociedad mexicana, principalmente de izquierda.

Arellanes ha sido duramente criticada en las redes sociales por hablar abiertamente de su religiosidad en un país donde casi todos los habitantes son cristianos (y la mayoría de éstos católicos), pero donde también parece estar prohibido que un político lo sea.

   

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