Mucho se
ha dicho que las protestas que han sacudido al mundo en los últimos años son
una consecuencia de los medios de comunicación que tenemos en la actualidad. Y es
cierto, se acabó para siempre la época en que los Estados y los medios más
poderosos hacían sus verdades.
En otros
tiempos el control de la información era la cosa más sencilla para un gobierno.
Los grandes medios que querían ser favorecidos simplemente se limitaban a decir lo que
se les ordenaba que dijeran. Ni un dato más ni un dato menos. Los medios
pequeños eran fácilmente aplastables, por ello lo más prudente era marchar al
ritmo que los grandes, coludidos con el Estado, indicaran.
Ahora la
cosa es diferente, los grandes medios, precisamente por su pasado negro, no
gozan de credibilidad. Las redes sociales son la fuente de información
preferida de muchos. Y no es que allí circulen sólo verdades, circula información
poco sospechosa de estar controlada por los gobiernos, y con eso es suficiente
para que sea tomada por buena.
Los indignados
son una consecuencia, en parte, de lo mal que funcionan los gobiernos, pero son
todavía más: son también una prueba de que para los políticos siempre ha sido más
importante controlar la información que hacer bien su trabajo. Y ahora que decidir
qué sabe y qué no sabe una sociedad ya no les es posible, tendrán que esmerarse
en hacer las cosas mejor si no quieren ser derrocados por esos movimientos pacíficos
que suelen volverse violentos con extraordinaria rapidez.
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