Últimamente han sido noticia los cierres de librerías icónicas
alrededor del mundo, establecimientos que llevaban en algunos casos medio siglo
satisfaciendo las necesidades de los lectores, buscándoles libros, trasladándolos
de una ciudad a otra por pedido, siendo todo un modelo de eficiencia y atención
al cliente en tiempos remotos, antes del Internet, del libro electrónico y del
Kindle.
No hace mucho todavía se les pronosticaba larga vida a
las librerías estilo museo, de ésas que tienen los libros dispuestos para que
el lector los vaya admirando mientras la recorre, tome el que más le llame la
atención, lea la sinopsis de la contraportada y decida si lo compra o no.
Ese procedimiento, tan lleno de romanticismo, estuvo
vigente por largo tiempo. Pero el Internet lo ha revolucionado notablemente. Ahora
ya no es en una librería donde los lectores buscan qué leer, ni en los
suplementos culturales de los diarios, ahora los libros se atraviesan como un
producto más mientras la gente navega en la red, y ahí se desarrolla una
especie de amor a primera vista donde la compra puede verificarse cinco minutos
después del encuentro entre el lector y el libro.
Algunos le conceden a este nuevo modelo de adquisición
de libros un principio modesto apenas, pero si así fuera, no podría
justificarse el cierre de librerías, de esas grandes bodegas llenas de libros
que poco a poco irán quedando obsoletas.
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