Ante la inminente aprobación de la reforma migratoria
en los Estados Unidos, que beneficiaría a once millones de ilegales, en su
mayoría mexicanos, el coloso del norte también contempla un cierre de su
frontera sur, para dentro de diez años no tener la necesidad de repetir la
tarea que está haciendo ahora.
Estados Unidos ampliaría el muro fronterizo en su
frontera con México, el mismo que ha sido rechazado por su vecino sureño desde
siempre. Con esta medida, el gobierno estadounidense no sólo pretende frenar el
flujo migratorio, sino ponerle un tope a la violencia que México exporta.
El problema de raíz es que si Estados Unidos sólo ha realizado
la mitad de su tarea en la lucha contra el crimen organizado, México aún está
muy lejos de hacer siquiera esa parte. Es un hecho innegable que el gobierno
mexicano no ha podido poner orden en su frontera norte, la más violenta del
mundo.
No obstante, tanto políticos como intelectuales
mexicanos están totalmente en contra del muro fronterizo, argumentando, entre
otras cosas, que un muro no uniría a los países y que al hacerlo Estados Unidos
está demostrando el poco respeto que siente por México.
Tras esos reproches para muchos se esconden las
verdaderas intenciones del gobierno mexicano: que Estados Unidos le siga
brindando las plazas laborales que por discordias entre los partidos más los fracasos en sus reformas no ha podido lograr. Si los yanquis cierran su
frontera, México se encontraría con muchos desempleados que ya no tendrían la
posibilidad de emigrar al vecino país para encontrar trabajo. El problema sería
entonces absolutamente mexicano.
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