jueves, 27 de junio de 2013

La Habana, una insostenible herencia de la prosperidad para el comunismo

La Habana, como ciudad, con sus edificios en ruinas, es la mayor prueba de que el comunismo no funciona. Finalmente, la arquitectura también es un testigo incorruptible de que Fidel y sus barbudos echaron a un prospero país a la basura.

Durante la colonia, La Habana fue adornada con hermosas mansiones, construidas por hombres libres a los que comerciar no les estaba prohibido. La ciudad llegó a ser una de las más bellas del continente, un paraíso en el que incluso se exiliaban para vivir en paz y descansar por una temporada políticos extranjeros.

El mantenimiento de cada edificio correspondía, como en toda sociedad coherente, a su respectivo dueño. Esa arquitectura que hoy es testigo del mayor fracaso del comunismo en América, otrora lo era de prosperidad. La Habana era una especie de Viena caribeña, una ciudad levantada para exhibir belleza en sus edificios, parques y calles, y que incluso en la dictadura de Batista no perdió su esplendor.

Pero con el "triunfo" de la revolución la ciudad se vino literalmente abajo. Al pasar a ser del Estado casi cada inmueble, éste se reveló incapaz de mantener nada. La arquitectura que había crecido gracias a la prosperidad y al libre comercio, resultó ser muy costosa para un comunismo siempre enemigo del progreso individual.

El régimen es como un hijo inepto al que su padre inteligente le hereda una lujosa mansión: no puede hacer nada más que ver cómo se cae a pedazos por falta de mantenimiento. Eso es La Habana, una herencia nociva para un régimen incapaz de nada, ni siquiera de conservar lo que ya estaba hecho antes de su llegada. 

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