Durante la colonia, La Habana fue adornada con
hermosas mansiones, construidas por hombres libres a los que comerciar no les
estaba prohibido. La ciudad llegó a ser una de las más bellas del continente,
un paraíso en el que incluso se exiliaban para vivir en paz y descansar por una
temporada políticos extranjeros.
El mantenimiento de cada edificio correspondía, como
en toda sociedad coherente, a su respectivo dueño. Esa arquitectura que hoy es testigo
del mayor fracaso del comunismo en América, otrora lo era de prosperidad. La Habana era una especie de
Viena caribeña, una ciudad levantada para exhibir belleza en sus edificios,
parques y calles, y que incluso en la dictadura de Batista no perdió su
esplendor.
Pero con el "triunfo" de la revolución la ciudad se vino
literalmente abajo. Al pasar a ser del Estado casi cada inmueble, éste se reveló
incapaz de mantener nada. La arquitectura que había crecido gracias a la
prosperidad y al libre comercio, resultó ser muy costosa para un comunismo
siempre enemigo del progreso individual.
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