La diplomacia es un arte que se les da a pocos políticos.
La gran mayoría, al carecer de inteligencia para ser buenos diplomáticos, recurren
a la corrupción. Quizás por eso, los pocos grandes negociadores políticos que
ha habido a lo largo de la historia son bien conocidos, porque muchas veces una
adecuada maniobra diplomática ha cambiado el destino de un país, de un
continente o de todo el mundo.
Charles
Maurice de Talleyrand fue el mejor diplomático francés
del turbulento siglo XIX. Sobrevivió a la revolución, a la era napoleónica y
pudo incluso servir a la monarquía restaurada por segunda vez de Luis XVIII. Napoleón Bonaparte llegó a llamarlo, debido a su capacidad para
intrigar y hacer maniobras políticas a sus espaldas “Una mierda envuelta en una
media de seda”.
Klemens
von Metternich fue un político austriaco, contemporáneo,
rival de Talleyrand y tan hábil como
él. No sólo controló por varias décadas la monarquía Habsburgo, sino que fue el
organizador de Europa tras la caída de Napoleón. La mantuvo caminando a su
ritmo hasta la llegada de las revoluciones de 1848, las que lo obligaron a
exiliarse de Austria. Pero años después, ya siendo un viejo octogenario y poco
antes de ir a la tuba, siguió asesorando sabiamente al emperador Francisco José I durante la guerra de
reunificación italiana.
Camillo
Benso, conde de Cavour, fue precisamente el político más
talentoso durante el período de la reunificación de Italia. El reino al que
servia a mediados del siglo XIX era el de Cerdeña
y Piamonte, pequeño e ignorado en Europa. Pero supo maniobrar hábilmente para
enfrentar a Napoleón III con los Habsburgo, lo que poco a poco llevó a Italia a
reunificarse. Tanto le agradecieron los italianos sus esfuerzos, que Edmundo De Amicis en su libro más
famoso, Corazón, invita a los niños a
“glorificarlo”.
Otto von
Bismarck fue otro de los grandes diplomáticos del siglo XIX y
el último en salir a escena. Su carácter de prusiano bravucón y su habilidad
para la política, lo llevaron no sólo a reunificar Alemania, sino a convertirla
en el imperio más poderoso de Europa después de pasar por encima de Austria y
Francia en guerras rápidas y contundentes.
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