Existe una característica muy común de los
izquierdistas cuando son candidatos a la jefatura de Estado de su país, se les
escucha siempre decir, con sus respectivas variantes: “Yo no amo el dinero”. Eso
para diferenciarse de los candidatos de derecha, los que aparentemente sí están
enfermos por poseer grandes riquezas, vivir en mansiones cerca de la playa y
rodeados de lujos.
Pero es cierto eso que dicen los de izquierda, no aman
el dinero, van más allá, aman y desean enfermamente el poder. El poseer dinero,
lo saben, no siempre es una fuente de omnipotencia, a veces surgen baches que
no se pueden librar a billetazos. Un empresario para quitar a sus enemigos de en
medio tiene que gastar lo suyo y arriesgarse a perder.
En cambio, siendo presidente, las cosas son bien
diferentes. Un jefe de Estado sólo tiene que ordenar que su enemigo sea borrado
del mapa, y no tiene que gastar absolutamente nada de su peculio particular en
ello. Ya las instituciones se harán cargo, siempre se le puede acusar de algo,
echarle a Hacienda o a la policía encima y punto.
Hugo Chávez es un gran ejemplo de alguien que no quería
el dinero sino el poder completo. Siendo presidente de Venezuela dispuso del país
a su antojo. No necesitó dinero para hacer y deshacer a gusto lo que se le vino
en gana, simplemente le bastaba ordenar para que sus deseos fueran cumplidos. Sus
celebres “exprópiese” son pruebas irrefutables de que el hombre estaba enfermo de
hambre por el poder, que es mucho peor que amar el dinero.
Otra prueba del amor de los izquierdistas por el poder
en su rara vez negado deseo de permanecer muchos años o toda la vida en la
presidencia. Alguien con un mínimo de modestia y sentido común entiende que hay
más personas capaces de desempeñar el puesto, incluso que al país le hace falta
un cambio de presidente después de uno o dos períodos, pero es tanto el amor de
éstos por dominarlo todo que nada les cuesta fingir demencia y amnesia.
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